
El pasado lunes 28 de abril , un apagón masivo dejó sin electricidad, cobertura móvil ni internet a millones de personas en España. Se apagaron las neveras, los datáfonos dejaron de funcionar y las pantallas quedaron en negro. Sin embargo, algo seguía encendido: los bares.
“En España, cuando todo falla, el bar permanece.”
Mientras en otros países europeos la respuesta habría sido encerrarse en casa y esperar, aquí hicimos lo contrario: nos fuimos al bar. Esperamos con una cerveza —aunque no estuviera fría—, con una sonrisa y con la certeza de que allí, en esa barra compartida, había algo más fuerte que la oscuridad.
Sin cobertura, pero conectados de verdad
Lo que más me emocionó no fue solo ver los bares abiertos, sino lo que ocurrió dentro de ellos. Sin cobertura móvil, volvimos a mirarnos a los ojos. Socializamos no solo con quienes habíamos ido, sino también con los desconocidos. Nos acercamos al del transistor, escuchamos las historias de los mayores, entretuvimos a niños ajenos para que sus padres pudieran apurar esa caña antes de que se calentara del todo.
“La falta de tecnología no nos aisló: nos unió más que nunca.”
Fue una experiencia profundamente humana. Un regreso inesperado a lo esencial: una barra, una conversación y el murmullo de fondo de un bar sin pantallas.
Comandas a lápiz, confianza a mano

Muchos bares pequeños siguieron funcionando como si nada. Volvieron al papel, al lápiz y a la confianza. Apuntaron comandas en libretas, cobraron en efectivo o fiaron a los habituales. Porque en España, si el camarero te conoce, sabe que mañana volverás a pagar. O pasado. No importa. Lo importante era estar.
“En tiempos digitales, el bar demostró que la confianza todavía se escribe a mano.”
Estos bares no solo resistieron el apagón: brillaron con más fuerza que nunca, sin necesidad de luz artificial. Fueron, una vez más, el espacio donde la gastronomía se mezcla con la vida.
Bares: una cultura que no se apaga
Este apagón reveló algo que ya sabíamos, pero tal vez habíamos olvidado: el bar es parte de nuestro ADN social y gastronómico. Más que un lugar para comer o beber, es un punto de encuentro, un refugio emocional, un símbolo de resistencia colectiva.
“No hubo cerveza fría, pero sí hubo calor humano.”
En muchos lugares del mundo, una situación así hubiera provocado desconcierto. Aquí provocó cercanía, humor, improvisación. No hizo falta electricidad para que el bar siguiera siendo hogar.
Que no se nos olvide esta lección
Ahora que todo funciona, ojalá no olvidemos lo que vivimos esa tarde. La cerveza tibia, las cuentas apuntadas a boli, las tertulias a media voz y el gesto amable de compartir espacio con desconocidos. Que ese apagón no se nos quede solo como una anécdota, sino como un recordatorio de lo que importa.
“Mientras haya un bar abierto, en España nunca estaremos del todo a oscuras.”
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