
¿Hasta qué punto puede un chef estirar su marca sin romperse? Dabiz Muñoz ha hecho historia en la cocina, pero también encarna una peligrosa deriva: la de confundir creatividad con capricho, y coherencia con espectáculo. ¿vale todo por dinero?
Dabiz Muñoz ha revolucionado la gastronomía española. Su propuesta, personalísima y provocadora, ha marcado un antes y un después. Ha roto moldes, ha creado un universo propio y ha llevado su cocina a lo más alto, tanto en lo técnico como en lo creativo. Pero una cosa no quita la otra: también es un personaje mediático que juega con los límites del marketing, la coherencia y el respeto por la cultura gastronómica. Y eso merece una reflexión crítica.
No todo es paella, Dabiz Muñoz: el respeto también se cocina
Porque no, señor Muñoz, eso que usted sirve con bogavante, curry o satay tailandés NO es paella. Será un arroz, será exótico, sabroso o visualmente espectacular, pero no es paella. La paella es una, con sus reglas, su origen y su identidad. Y cuando desde la posición de mayor poder e influencia se banaliza algo tan representativo, se erosiona su valor cultural. No es un error de concepto: es una estrategia calculada para llamar la atención. Pero a cada cosa hay que llamarla por su nombre. No todo vale.
De la coherencia a la contradicción
Y no todo vale tampoco cuando se proclama, públicamente, que jamás se daría a una hija un producto ultraprocesado, para luego venderse como imagen de una hamburguesa de comida rápida, envuelta en un relato tan espectacular como falso. Porque una cosa es hacer negocio, y otra es predicar una cosa y hacer exactamente la contraria. ¿Dónde queda entonces la ética? ¿Dónde queda la conciencia?
La hamburguesa en cuestión —y quien la haya probado lo sabe— no se parece en nada a lo que se muestra en las campañas. No tiene la textura, ni el sabor, ni el aspecto que promete. No hay experiencia XO. Hay fast food con firma cara y marketing brillante. Y mucho dinero de por medio.
Dabiz no es el único, pero sí uno de los más visibles. Y por eso es necesario señalar la incoherencia entre el discurso del chef responsable, defensor del producto, de la alimentación saludable, y el showman de la marca que lo vende todo. Porque la gastronomía no puede convertirse en un escaparate de contradicciones sin consecuencias. Si aspiramos a que esta profesión tenga peso cultural, educativo y social, los referentes tienen que estar a la altura. En los fogones y fuera de ellos.
No se trata de negar el mérito. Se trata de exigir coherencia. Porque los cocineros, como los artistas, también son responsables de lo que representan. Y cuando el branding pesa más que el mensaje, se vacía de contenido una profesión que merece algo más que fuegos artificiales.