
Sin actos de ilusionismo, la baba de camello gana al curioso por el simple hecho de su nombre. Muchos podrían cuestionarse: quién en su sano juicio llamaría así a un postre, pues a los portugueses que además de darle un gancho de intriga se divirtieron mucho dando riendas a su mezcla.
Con más especulaciones que certezas, la historia del dulce atribuye su creación a la casualidad. Se dice que una señora, en el siglo XX, recibió una visita inesperada y, en un acto de genio culinario, revolvió lo que tenía a mano: leche condensada y huevos. Así dio como resultado este postre, al que para completar el “absurdo” decidió llamar baba de camello por su color tostado.
Un postre con las 3 “d”
Quien lo prueba siempre coincide en tres características: dulce, denso y delicioso. La receta le hace honor a la tradición portuguesa casi religiosa por el huevo, como ocurre con sus paradigmáticos pasteles de Belén. Y es que, cuando combinas yemas, claras bien batidas y leche condensada cocida, nada puede saber mal.
De hecho, la preparación de la baba de camello no lleva mucho más. Basta con huevos y leche condensada. Una vez que se obtiene la base cremosa, el resto es cuestión de gusto: un poco de almendra crocante por encima, unas virutas de chocolate, o simplemente dejarla tal cual.
El secreto de su éxito no está solo en su sabor, sino evidentemente en su nombre: un recordatorio de que muchas veces, nada es lo que parece.
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