El último aguaducho de Madrid: historia viva del agua y la calle

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Cristina Ybarra
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aguaducho

En el número 8 de la calle Narváez se encuentra el último aguaducho de Madrid, gestionado por la familia Guilabert Segura desde hace más de un siglo. Este kiosko, dedicado a la venta de bebidas tradicionales como la horchata, la limonada y el agua de cebada, es testimonio de una época en la que estos puestos eran habituales en la capital. Hoy, sobrevive a la gentrificación y a la industrialización del consumo.

Un legado familiar desde 1910

Todo comenzó cuando Francisco Guilabert y Francisca Segura llegaron desde Crevillente, Alicante, en 1910. Con un permiso del Ayuntamiento de Madrid, abrieron su primer aguaducho, elaborando bebidas artesanas que aún se ofrecen. José Manuel García, su bisnieto, continúa hoy esta tradición, siendo la cuarta generación al frente del negocio.

De Cedaceros a Narváez: una historia de resistencia

El aguaducho ha cambiado varias veces de ubicación: desde la calle Cedaceros hasta frente al Congreso, pasando por la Plaza del Carmen, hasta instalarse definitivamente en la calle Narváez en 1942. Allí, José Manuel y su empleado Milton atienden a clientes de abril a octubre, conservando una tradición viva en un Madrid cada vez más moderno.

La receta del agua de cebada y otras especialidades

Aunque hoy solo ofrecen tres bebidas, en el pasado la carta incluía aguas de sabores como canela, azahar o violeta. El agua de cebada sigue siendo la joya artesanal del negocio, elaborada por la familia: tostado de cebada, cocción lenta y azúcar moreno de caña. La horchata y la limonada son las más vendidas, pero ninguna supera la historia que envuelve al agua de cebada.

Sin heredero, pero con pasión

A sus 58 años, José Manuel se enfrenta a la incertidumbre del futuro. Sin un heredero claro, teme que el aguaducho desaparezca con él. Su hija, aunque ha ayudado desde pequeña, no comparte su pasión. "Si no es alguien de nuestra familia, perderá su esencia", asegura.

Una tradición que no quiere desaparecer

El aguaducho de la familia Guilabert es más que un kiosko. Es un símbolo de la gastronomía popular madrileña, una resistencia ante la modernidad y una muestra de cómo la tradición puede seguir viva si hay quienes la valoran. José Manuel, junto a sus clientes fieles, sigue escribiendo cada día esta historia.

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Cristina Ybarra