Whisky, entre el "on the rocks" y el fuego

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Gabriela Sánchez
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whisky

Dicen que el whisky huele a madera y a humo, quizás por eso es uno de los licores que más se debate entre la coctelería y la cocina. Su nombre, que en gaélico significa “agua de vida”, no es un capricho poético, sino una pista. Porque más que una bebida, el whisky es una forma de vivir la gastronomía. 

Fueron los frailes escoceses del siglo XV quienes le llamaron así y lo embotellaron, aunque mucho antes, el arte de la destilación se había conocido en Mesopotamia. También fue probablemente Escocia la responsable, con su clima frío, de darle el carácter moderno de la bebida.  

El whisky y la coctelería: un romance con hielo

Muchos siglos han pasado desde entonces hasta que se hizo un puesto en la barra.  Bien on the rocks o como base de cócteles tan clásicos como el Old Fashioned, el Manhattan o el Whisky Sour, no hay bar que se le resista. 

No obstante, su versatilidad es infinita: los de perfil ahumado elevan mezclas oscuras con vermú y bitter; los más ligeros, como los Speyside o los irlandeses, combinan con frutas, espumas o incluso tés fríos, y se mezcla con refresco carbonatado para dar riendas al highball. 

Whisky, el rey del flambeo

La técnica de flambear en cocina es casi insuperable del whisky. Sobre todo los mariscos, desarrollan un aroma profundo y elegante tras ser sometidos al fuego previamente cubiertos de licor. Pero ahí no acaba. En el caso de las carnes blancas el toque especial lo ponen la combinación de whisky con manzana, una receta clásica de la barbacoa sureña de EE. UU. 

Pero hablemos de cuál es más idóneo para cada plato. Los whiskys ligeros y florales son perfectos para salsas que acompañen pescados blancos, arroces delicados o platos de verduras de raíz o fondos para sopas especiadas. En cambio, los whiskys madurados en barricas de Jerez, con sus notas a frutas rojas y especias son ideales para un estofado de cordero o dar profundidad a una salsa demi-glace. Mientras, los ahumados marinan a la perfección con carnes de caza e incluso con cremas como la de calabaza.

A medio camino entre lo dulce y lo salado, aparece la mantequilla  aromatizada con whisky. Para obtenerla se le añade azúcar y es una alternativa tanto para acompañar tostadas de pan como para barnizar un pollo o un pavo al horno.

Sé que estabas esperando esta parte, porque claro, también hay whisky en el postre. Nada más tradicional como una tarta al whisky o una mousse de chocolate negro con un chorrito de Islay. 

No menos curioso es su uso funcional: en Escocia, el residuo de la cebada destilada (draff) se está usando como purificador de agua. Por si fiera poco tampoco faltará el remedio de la abuela para el dolor de muelas a base de un chorrito de whisky.

Por decir queda poco, por probar, una infinidad de posibilidades para homenajear al whisky en su día. Eso sí, no olvides posar para foto.

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Gabriela Sánchez