
En el corazón del Mercado de Vallehermoso, entre puestos de verduras, quesos artesanos y carnicerías de barrio, se esconde uno de los secretos peor guardados de la gastronomía madrileña: Tripea. El proyecto de Roberto Martínez Foronda no es simplemente un restaurante; es una experiencia sensorial que juega con el caos, la sorpresa y una mezcla vibrante de sabores que transitan entre Perú, el sudeste asiático y la cocina más castiza.
Comer sin prejuicios
Tripea no tiene manteles, ni carta impresa, ni un camarero recitando con solemnidad el maridaje de turno. Tiene barra, tiene calle, tiene ritmo. Aquí, la cocina se vive a pocos metros de la mirada del comensal, que llega sin saber exactamente qué va a comer, pero confiando en que será memorable. Y lo es.
El menú degustación, cambiante pero siempre audaz, desafía las categorías. En esta ocasión, pudimos tomar el siumai relleno de panceta y papada, un ceviche de atún carretillero en gazpachuelo acevichado, el ceviche caliente de mejillones al wok, uno de sus clásicos que nunca falla y el bao casero al vapor relleno de lomo saltado. En los fuera de carta, ostras con diferentes aliños y un espectacular bikini de trucha ahumada con salsa anticuchera.
Al probar estos platos, vemos como Roberto maneja el mestizaje con una soltura que parece intuitiva, pero está basada en técnica, viaje y memoria.
Espíritu de mercado
Que todo esto suceda en un mercado no es casual. El espíritu de Tripea es el del producto fresco, el del barrio, el de la cocina que se nutre de su entorno y lo transforma sin traicionarlo. En un momento donde la alta cocina se encapsula en grandes templos con listas de espera y luces tenues, Tripea apuesta por la cercanía sin renunciar a la complejidad.
Hay algo casi punk en su propuesta. No por rebeldía vacía, sino por convicción. Aquí no se busca gustar a todo el mundo. Se cocina con identidad, con riesgo, con el tipo de irreverencia que solo los que dominan su oficio pueden permitirse.

Un chef con voz propia
Roberto Martínez Foronda ha pasado por cocinas como Celler de Can Roca o Nakeima, pero en Tripea encontró su tono, su discurso, su casa. Y lo ha hecho sin renunciar a nada: ni al mercado, ni al precio asequible, ni al sabor explosivo.
En 2024, Tripea recibió su primer Sol Repsol, reconocimiento que no ha hecho más que reforzar lo que los fieles ya sabíamos: que estamos ante un proyecto único, donde la creatividad no es pose, sino resultado de la libertad.
Roberto, cuenta también con Triperito, el hermano pequeño de Tripea (abrió sus puertas en 2024), situado en el mercado de la Paz, con una carta corta con platos callejeros que fusionan Perú y China, y que no te dejará indiferente.
Un lujo informal
En tiempos de formalidades encorsetadas, Tripea reivindica el derecho a comer bien sin traje ni ceremonia. Y lo hace mejor que nadie. Por eso, conseguir mesa es una tarea de iniciados: hay que estar atento, entrar a la app el día uno del mes, y cruzar los dedos. Pero cuando lo consigues, cuando por fin te sientas en esa barra y llega el primer plato, sabes que todo ha valido la pena.
Porque Tripea no es solo un restaurante. Es una manera de entender la cocina: con descaro, con alma, con mucha calle… y con una profundidad que solo se percibe cuando se ha vivido.