
Durante décadas, el consumo de vino estuvo asociado al volumen: más copas, más litros, más botellas. Sin embargo, en los últimos años, y especialmente tras la pandemia, se ha producido un giro significativo en la manera en que nos relacionamos con el vino.
Hoy, el mensaje es claro: no se trata de beber más, sino de beber mejor.
Esta transformación no es casual, sino el resultado de varios factores: la creciente preocupación por la salud, el auge de la gastronomía consciente y la búsqueda de experiencias sensoriales más elevadas. Así lo confirman los datos del Observatorio Español del Mercado del Vino (OeMV), que apuntan a una bajada en el consumo global, pero un aumento en el valor económico de las ventas. Es decir, bebemos menos, pero invertimos más.
Vinos que cuentan historias
El consumidor actual busca vinos con alma, con origen, con relato. Ya no basta con una etiqueta llamativa: queremos saber de dónde viene la uva, quién lo elabora y bajo qué filosofía. Por eso, las bodegas que apuestan por la viticultura sostenible, las producciones limitadas y la autenticidad están ganando terreno.
En esta línea, denominaciones como Ribeira Sacra, Jumilla, Montsant o Montilla-Moriles están captando la atención de una nueva generación de bebedores que priorizan la calidad y la singularidad frente al renombre masivo. Y no solo en España: el movimiento global hacia lo artesanal está impulsando también regiones emergentes en Latinoamérica y Europa del Este.
El papel de los sumilleres y la hostelería
Restaurantes y bares están adaptando su oferta para reflejar esta nueva filosofía. Las cartas de vinos ya no se limitan a grandes marcas comerciales, sino que exploran etiquetas pequeñas, vinos naturales, biodinámicos y de mínima intervención. La labor del sumiller cobra más protagonismo que nunca, no como figura elitista, sino como narrador de vinos, capaz de conectar al comensal con la historia que hay detrás de cada copa.
En lugares como Smoked Room, Culler de Pau o Roostiq, el maridaje se convierte en una experiencia emocional y educativa, donde cada sorbo tiene un propósito y un contexto.
Menos alcohol, más responsabilidad
Otra consecuencia de esta tendencia es el crecimiento del interés por los vinos con menos alcohol, los vinos sin sulfitos o incluso los vinos desalcoholizados. Un consumidor más informado y comprometido busca opciones que no comprometan su bienestar. La responsabilidad, tanto social como ambiental, se ha convertido en un criterio más de selección.
Una oportunidad para las bodegas pequeñas
Este escenario representa una oportunidad única para pequeños productores que, durante años, lucharon por hacerse un hueco en un mercado dominado por el volumen. Hoy, esa narrativa honesta, esa cosecha a mano, ese respeto por el terroir, se convierten en atributos de lujo.
Como afirma Javier Iturrarte, “el mejor maridaje es el cariño de la familia”. Una frase que resume perfectamente esta nueva era del vino: no es cuánto bebemos, sino con quién, cómo y por qué.