
Aragón tiene junto a sus dos catedrales católicas, otras dos auténticas catedrales pero de la gastronomía española: la trufa y la garnacha. Si bien lo primero ya la hace singular en el mundo, lo segundo le ubica entre esos destinos gastroturísticos imprescindibles en España. Y es que pocas cosas pueden dar tanto placer a un aragonés que acompañar a quien llega a esta comunidad del noreste español a un buen tapeo por el Tubo de Zaragoza con una copa de vino de garnacha y plato a base de trufas o ternasco.
El potencial gastronómico de Aragón no solo se mide en estrellas Michelin —con 11 en total, lo cual la hace, de hecho, la región española con más estrellas Michelin por habitante—, sino también en el orgullo con el que sus habitantes defienden el origen, la tradición y la innovación desde los valles pirenaicos hasta los olivares de Teruel.
De Aragón: la trufa negra, estrella de Teruel
No hay mayor bandera en Teruel que la trufa negra, uno de los ingredientes más codiciados del planeta. En breve el orgullo se convertirá en alegría mayor cuando ocurra la creación oficial de la Denominación de Origen para la trufa de Teruel, aunque ha sido desde siempre un atractivo turístico y gastronómico.

En ese sentido, Elena Marco Pérez, presidenta de la Asociación de Empresarios Turísticos de la provincia destaca la celebración de la feria Pitruf cada año en Sarrión, que se ha hecho una referencia internacional de la truficultura y el trufiturismo, y ha sido un impulso para movilizar alojamientos y restaurantes de toda la comarca.
“Desde diciembre hasta finales de febrero, muchos locales crean platos únicos con trufa, incluso postres. Y para los más curiosos, hay empresas que organizan rutas para conocer cómo se recolecta con perros truferos”, explica Marco. El compromiso del territorio es claro: defender una trufa 100% local. “Se ha creado incluso una suerte de cofradía que certifica que en cada establecimiento se sirve trufa auténtica de Teruel”,añade.
Con igual espíritu se defiende la propuesta de creación de una IGP para los quesos de oveja de la provincia, bajo el liderazgo de Carmelo Led.

Garnacha, la reina de la vinicultura de Aragón
En la otra punta de la comunidad, la garnacha hace lo propio. Zaragoza ha sido nombrada en 2025 capital mundial de esta variedad de uva, y el impacto ya se deja sentir. “Desde principios de año, se han organizado escapadas enológicas por toda la provincia y el tapeo zaragozano se riega con garnachas locales”, indica Marcos Laín, técnico de Zaragoza Turismo.
El Festival de la Garnacha, que se celebra entre mayo y junio, ofrecerá menús maridados, rutas por bodegas, catas, conciertos y hasta un viñedo simbólico en el Parque Macanaz con vistas a la Basílica del Pilar.
Por su parte, Cariñena, ciudad del vino europea 2025, ha aprovechado esta capitalidad para reabrir su Museo del Vino tras una reforma integral. “Queremos que los visitantes conozcan el vino de las piedras. Suelos pobres y clima extremo nos dan una uva única que tiene su propia denominación de origen”, afirma Victoria García, su gerente.
El museo comparte edificio con el Consejo Regulador de la DO Cariñena y busca atraer tanto a familias como a expertos:
“La idea es que vengan, disfruten del museo y se queden a explorar la comarca, sus rutas senderistas, su arquitectura mudéjar y, por supuesto, sus vinos”.

Más al norte, en los Pirineos de Huesca, Sobrarbe apuesta con fuerza por desestacionalizar el turismo sacándole el máximo partido a una gastronomía potente, de kilómetro cero. Al respecto, Paz Agraz, presidenta de la Asociación Empresarial y Turística del Sobrarbe refiere que nadie puede irse del municipio sin antes probar un buen plato de ternasco, embutidos, sus quesos de cabra de alta montaña y productos como la chireta —un embutido tradicional a base de arroz y cordero—.

Valles como el de Bielsa o el de Chistau conservan no solo recetas ancestrales, sino también una forma de vivir donde el turismo y la vida local van de la mano. Pero no solo eso, en Huesca brillan siete estrellas Michelin, distribuidas en restaurantes que apuestan por fusionar lo vanguardista con las raíces del territorio.
A toda esta riqueza culinaria, se añade la hospitalidad, un valor que atraviesa la cultura aragonesa y asegura la excelencia en la experiencia culinaria en la región, comer bien y comprender lo que se come. Aragón cuenta su historia a través de su cocina.