Según nuestra experiencia, es recomen-dable acompañar las aves como el pollo o el pavo con rellenos o estofados, de vinos blancos frutales con acidez moderada y buen cuerpo.
Desde Hatittas nos llegan vinos milenarios. Indoeuropeos del II milenio fundaron un imperio federativo con su centro en Anatolia, que fue siempre un centro esencial y continuo dentro de la producción y promoción de la viña y este tipo de bebidas
El término maridaje es hoy uno de los más recurrentes en la gastronomía mundial. Si bien los académicos han insistido en definirlo como la “unión, analogía o conformidad con que algunas cosas se enlazan o corresponden entre sí”, para los amantes del arte del buen comer significa mucho más. Es la armonía entre vinos y platos, el ensamblaje perfecto de sabores y aromas, que hacen de cada comida una fiesta para los sentidos. Sin embargo, quienes se aventuren a “casar” vinos y gastronomía deberán tener en cuenta algunos preceptos que, como regla de oro, resultan esenciales para lograr un resultado feliz.
Aunque las formas de encontrar placer en alimentarse se han transformado con el tiempo, muchos creen que solo con la entrada del vino como componente indispensable en la mesa, se logró armonizar los sabores de la comida, surgiendo por lo tanto enogastronomía. La alimentación es un acto natural. Está vinculada a la historia del hombre. Por consiguiente refleja su historia, su cultura y tradición, y por ende se ha ido transformando desde tiempos inmemoriales hasta la actualidad.
Los aromas organolépticos de algunos licores y su fortaleza pueden combinar muy bien con algunos habanos, especialmente los destinados a las damas, para quienes el placer de maridarlos será único e inolvidable. Sin lugar a dudas los licores son una de las bebidas más universales, ya que no se conoce ningún rincón de nuestro planeta donde no se elabore alguno. Es más, también es muy probable, que aparte del agua, sea la bebida más antigua del mundo.
¿Imagina abrir una botella de Champagne con un golpe de sable? Ese sugerente método de descorche que se remonta a la época de Napoleón es todavía un arte con muy pocos iniciados. Hay mucho de elegancia, regia sorpresa y mágica distinción en las reglas a seguir para descorchar los vinos espumosos. Se debe hacer con discreción, quitando el bozal de alambre o morrión que abraza el corcho, y retirando el mismo con movimientos giratorios cortos y suaves.
En el camino de las creaciones culinarias, las especias han llevado de la mano al hombre en creaciones de todo tipo, con el fin de satisfacer el paladar más exigente. Para hacer más completo este paraíso de refinamiento, también ha surgido un estrecho matrimonio entre los vinos y manjares, en una relación organoléptica que estimula los sentidos y nos prepara para el análisis sensorial. Así, al referirse a los vinos, no es extraño que se comparen con aromas y sabores de especias tales como el clavo de olor, la pimienta, la vainilla y otras hierbas o condimentos que sazonan las comidas.
Se dice que los romanos fueron los primeros en bautizarla en el 45 ANE como la Campiña o campo abierto, aunque no los primeros en plantar vides en esta zona, pues hay evidencias del paso de los celtas por el lugar. Pero sin dudas los que consolidaron la vid, cultivaron y elaboraron sus vinos en los sótanos de las abadías fueron los monjes, a quienes se debe en buena medida la fama mundial que hoy tienen los vinos de la Champagne.
Parece asunto de adivinos pero no lo es. Basta solo tener un entrenamiento olfativo mínimo para detectar los aromas principales en una simple copa de vino y aplicar razonamientos lógicos para determinar cuál es.
Para mantener con éxito una relación de pareja se necesitan de muchos soportes, y es precisamente el acto de nutrirnos y el de beber un elemento vital para desarrollar un amor pleno.
La temperatura a la cual debe servirse un vino según sea su color y estilo determina que este pueda ser apreciado o no en su total plenitud.
Una botella de vino, una vez abierta, debido al contacto con el oxígeno, no tiene una duración muy prolongada, ya que comienza a oxidarse y quedar mal luego de un cierto tiempo: unas 12 horas.
Pese al símil con el aceite de oliva con que el cual algunos lo comparan, el «jamón ibérico» tiene peculiaridades que lo distinguen de sus similares vecinos (léase jamones curados de Portugal, Italia y Francia).