
Argentina le debe muchos honores a las brasas: el asado (su emblema gastronómico) pero también otro muy clásico que bien merece el estandarte nacional: la provoleta. Más allá de disputas culturales entre Italia y el país latinoamericano, lo cierto es que este queso a la parrilla ha ocupado un lugar imprescindible en la mesa de generaciones de argentinos.
Fundente por dentro y crocante por fuera, no hay quien pueda resistirse. No en vano ha sido distinguido por plataformas como Taste Atlas como uno de los platos imprescindibles de la gastronomía argentina. Su historia, sin embargo, tiene tanto de ingenio como de tradición.
El invento argentino que nació de la “punta de la bota”
Ya advertíamos al inicio que la provoleta no está exenta de disputas culturales. Y es que la gastronomía argentina no se puede desligar en buena medida de la influencia italiana. Así ocurre con este plato fruto de la ocurrencia de Natalio Alba, un inmigrante calabrés, al sur de Italia, que llegó a la Argentina a comienzos del siglo XX.
Como tantos europeos de la época, Alba buscó en América del Sur una vida mejor. Fue en la ciudad de Córdoba que en la década de 1940, decidió combinar sus dos pasiones: el queso italiano de pasta hilada, oriundo del valle del Po y la parrilla argentina. Después de varios intentos, salió: un cilindro de provolone que, al colocarlo sobre las brasas, adquiría una textura crocante en su exterior y suave en el interior. Había nacido la provoleta, un diminutivo de la provola italiana.
Gustó tanto que en 1955 se coló entre los productos del Código Alimentario Argentino como “queso provolone hilado” y registró tanto la marca como el método de elaboración. Hasta que en 2008 se determinó que el término debía considerarse de uso genérico.
¿Cómo se consume la provoleta argentina hoy?
Lo más típico solía ser comerla en domingos de parrillada en familia, solo condimentada con orégano y ají molido, aunque su popularidad ha hecho que se incorpore a cartas de bares y restaurantes, a veces con versiones creativas.
Así le añaden por ejemplo salsas, vegetales, jamón, huevo o incluso reinterpretaciones gourmet como la provoleta œuf parfait, servida con pesto, brotes y un huevo cocido a baja temperatura.
Aunque parece sencillo, preparar una provoleta es casi tan importante como servir un buen corte de carne. Para ello lo primero es colocar la pieza de queso en una cazuela de hierro o directamente sobre la parrilla, hasta que la superficie adquiera un dorado crocante. Ahí se le añaden orégano, ají molido y un toque de aceite de oliva y se acompaña con pan tostado.
El resultado es tan sencillo como versátil y apetitoso. No obstante, su mayor virtud reside en la armonía que traza entre la fusión de culturas que dio forma al queso parrillero por excelencia argentino y un plato de orgullo nacional.