En días de verano, hay dos cosas que el paladar pide a gritos: cerveza fría y helados. De lo primero ya hemos hablamos bastante y de lo segundo aunque siempre hay espacio para ellos lo dulce acapara la copa, por eso, ¿por qué no darle una oportunidad a los helados salados?
No se trata de una novedad, aunque de vez en cuando la vanguardia se saca un nuevo as de la manga. Para los que aman trascender lo convencional o el sabor del pimiento antes que el chocolate, el postre -o el plato- está servido.
¿Helado de manchego curado, pimiento asado caramelizado, de pepino con albahaca o de aceite de oliva? Todo es posible. Lo mejor es que lo mismo sirven para cerrar un menú que para acompañar platos principales, contrastando temperaturas, texturas…Aportan complejidad, equilibrio y una sorpresa sensorial que estimula el paladar.
El boom de los helados salados
La versión salada llegó en el 2009, Doug Quint y Bryan Petroff, cuando los fundadores de Big Gay Ice Cream, quisieron experimentar con nuevos sabores de helados que pudieran sorprender. Las primeras combinaciones fueron un mix entre sabores dulces con matices salados, como chocolate con galleta salada o vainilla con sal marina.
Lo que se creyó como una promoción limitada, una moda, una revolución de la alta, ya suma varios años en las cartas, sin intención de dejarla.
Los de aceite de oliva o albahaca suelen tener la virtud de limpiar el paladar entre platos. Por otro lado, un helado de queso azul o parmesano puede realzar el sabor de una carne a la brasa o dar un giro a una pasta rellena. Equilibran sabores, dan cremosidad, frescura y sobre todo versatilidad.
Aunque la diferencia más habitual y por la que se suele incorporar más en platos principales que en postres es la cantidad, al concentrar bastante su sabor y dar una sensación de saciedad a pocas cucharadas. No obstante, para quienes rehúsan las creaciones demasiado dulces o empalagosas, la alternativa suele tener muy buena acogida.
Tú cómelo como prefieras, en verano todo vale.
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