En gastronomía, como en el lenguaje, las historias más irresistibles suelen ser las que nunca ocurrieron. Lo saben los cronistas, los cocineros y los amantes del vino: un buen relato puede convertir una copa corriente en una leyenda. Y pocas fábulas lo demuestran mejor que la que asegura que la expresión madrileñísima “dabuti” nació del nombre de un vino italiano que, según cuentan, fascinó al rey Amadeo I.
La leyenda que marida vino, realeza y jerga popular
La historia, repetida en sobremesas, foros y artículos sin demasiada comprobación, es tan sencilla como encantadora: existió un tinto italiano llamado Da Butti, servido solo en Palacio, reservado para el rey y sus visitas de mayor alcurnia. El vino era tan sorprendente, tan redondo en boca, tan “superior”, que los nobles empezaron a utilizar su nombre como elogio. “Esto está Da Butti”, se decía entre copa y copa.
Según el mito, el pueblo, siempre atento a las palabras que flotan en las alturas, deformó la expresión con chispa castiza y la convirtió en “dabuti”, equivalente cañí de “genial”, “estupendo”, “lo mejor”.
Una historia perfecta.
Irresistible.
Demasiado perfecta para ser cierta.
Una mentira que sobrevive porque es bella
Ni rastro del tal vino. Ningún registro histórico, ninguna viña italiana con ese apellido, ninguna referencia documental en la corte de Amadeo I.
Y sin embargo, la leyenda ha resistido décadas.
¿Por qué?
Porque los seres humanos tenemos una habilidad casi poética para preferir una buena historia antes que un dato preciso. Nos gusta pensar que las palabras nacen como nacen los grandes vinos: de una ocasión especial, de un instante irrepetible, de una anécdota que alguien quiso conservar en la memoria.
La verdad, mucho menos glamurosa, es que “dabuti” probablemente deriva de expresiones como “de buten” o “de butano”, usadas en el siglo XIX para calificar algo excelente. Nada de reyes estupefactos ni tintos secretos.
Pero, sinceramente, ¿qué relato elegirías tú en una sobremesa?
El mito como patrimonio gastronómico
Esa es la magia de esta mentira hermosa: nos recuerda que la gastronomía también es un territorio de imaginación y deseo. Igual que un chef inventa un plato inspirándose en una tradición que quizá nunca existió exactamente así, el pueblo inventa explicaciones para las palabras que ama.
La historia del vino Da Butti funciona porque tiene todos los elementos de un cuento gastronómico:
- un misterio
- una botella imaginaria
- un rey extranjero
- un palacio
- un elogio que se derrama hacia la calle
Es un relato que huele a biblioteca antigua, a bodega fresca y a conversación entre amigos.
Las palabras también fermentan
“Dabuti” no nació de un vino italiano, pero sí de algo profundamente humano: el gusto por transformar, mezclar, adaptar, reinterpretar. Igual que una uva común puede convertirse en un gran vino si recibe el cuidado adecuado, una palabra vulgar puede tornarse icónica si el uso popular la abraza.
Hoy “dabuti” conserva algo de ese espíritu festivo. Es un elogio amable, ligero, lleno de sonoridad. Tiene chispa. Y aunque su origen real sea menos regio, lo que ha conseguido es más valioso: formar parte del vocabulario emocional de la vida cotidiana.
¿Verdad o cuento?
Si algo deja esta historia es una idea que encaja perfectamente en el universo gastronómico:
A veces las mejores tradiciones no nacen de hechos reales, sino de relatos que nos gusta creer.
El vino Da Butti nunca existió, pero la leyenda sí.
Y, de algún modo, nos pertenece a todos.
Quizá por eso, brindar con esta historia, aunque sea inventada, resulta tan… dabuti.
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