La historia culinaria de la luna de miel: una tradición dulce desde tiempos ancestrales

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Maria Carrasco Lloria
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Luna de miel

Existen tantos términos vinculados a la gastronomía que usamos con normalidad sin reparar en lo sabroso de su origen. Es el caso de la luna de miel, ese viaje que realizan los novios tras contraer matrimonio y que hunde sus raíces en las bodas babilonias, más tarde adoptadas por otras culturas como la griega o la nórdica. La versión más extendida es la referencia a la hidromiel que se regalaba de padres a hijos como símbolo de un matrimonio fecundo.

Sin embargo, no solo se relaciona con esta bebida ancestral. También alude a las fases de la luna y a la creencia de que existen momentos especialmente propicios para la fertilidad en el matrimonio.

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La magia de la miel en las civilizaciones antiguas 

En la cultura babilónica, por ejemplo, era habitual que el padre de la novia entregara hidromiel al novio durante el primer mes tras la boda, considerándola un afrodisíaco natural y protectora de la fertilidad. 

En el Antiguo Egipto, las parejas consumían bebidas dulces y fermentadas durante el primer mes de matrimonio como parte de rituales de fertilidad. La miel, muy valorada en su gastronomía, era protagonista de estas ceremonias.

Los griegos y romanos también asociaban los alimentos dulces y las libaciones a la prosperidad y la armonía del hogar. En Roma, regalar miel y vinos dulces a la pareja recién casada se convirtió en un acto simbólico para asegurar la fecundidad y la felicidad matrimonial. Las mujeres no solo debían consumir esta miel, sino también usarla como producto de belleza. Cada noche, las doncellas se aseguraban de cambiar la miel, para renovar sus propiedades místicas bajo la luz de la luna. 

Por su parte, los pueblos teutones celebraban la primera noche de bodas bajo la luna llena, y durante ese mes la pareja bebía licor de miel convencidos de que la dulzura y el alcohol favorecían la fertilidad.

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El viaje moderno: un guiño a la tradición gastronómica que se mantiene 

Hoy en día, la luna de miel se ha transformado en un viaje para disfrutar de la intimidad del matrimonio en destinos paradisíacos o culturales. Esta idea se asienta en la época de la Inglaterra victoriana, cuando la pareja viajaba a visitar a los parientes de ambas partes, ya que los matrimonios eran precipitados o concertados y el viaje era el momento donde las parejas se conocían realmente. 

Pero la esencia sigue siendo la misma: compartir juntos un tiempo de calidad. No es casualidad que se asocie este periodo con la miel: el inicio del matrimonio se considera el momento más dulce de la relación, una metáfora que ha perdurado hasta hoy. Por ejemplo, cortar el pastel nupcial es una forma de continuar con este legado gastronómico y afectivo que nos acompaña desde hace milenios.

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