

Cuando el aire empieza a oler a humo y las calles se llenan de ese aroma inconfundible a leña, es señal de que las castañas han vuelto. Este humilde fruto seco, tan ligado al paisaje y la memoria gastronómica de España, marca el inicio del otoño y nos recuerda que el calor del hogar también se puede saborear.
Un fruto con historia
Antes de que el maíz o la patata llegaran a Europa, la castaña era la gran protagonista de las despensas rurales. En muchas regiones del norte, especialmente en Galicia, León, Asturias o Cataluña, fue durante siglos un alimento básico, casi un “pan del bosque”. Se consumía asada, cocida, en puré o incluso seca, molida como harina para hacer panes y bizcochos.
La castaña europea (Castanea sativa) tiene raíces profundas en la historia del Mediterráneo. Los romanos ya la cultivaban y valoraban tanto por su sabor como por su capacidad de conservación. Hoy, sigue siendo una joya estacional que une gastronomía, tradición y territorio.
Asadas, cocidas o dulces: las mil caras de la castaña
La forma más popular de disfrutar las castañas es, sin duda, asadas al fuego, como las que se venden en los cucuruchos de papel en las calles de Madrid, Barcelona o Santiago. Pero su versatilidad va mucho más allá.
- En la cocina tradicional gallega, se preparan castañas cocidas con leche o se sirven como guarnición de platos de caza.
- En Cataluña, son imprescindibles durante La Castanyada, una festividad otoñal que celebra el recuerdo y la cosecha.
- En el País Vasco y Navarra, se combinan con anís o vino dulce.
- En la alta gastronomía, chefs como Martín Berasategui o Jordi Cruz las incorporan a cremas, risottos y postres con texturas sorprendentes.
Además, el auge del producto local y la cocina sostenible ha devuelto protagonismo a las castañas frescas y ecológicas, especialmente las procedentes de zonas como Ourense, El Bierzo o el Valle del Genal, donde la recolección se sigue haciendo a mano.
Castañas en la alta cocina
Las castañas no solo son nostalgia: también son innovación. En los últimos años se han convertido en ingrediente de postres de autor, bases para cremas saladas y acompañamientos de carnes nobles. Su textura cremosa y su dulzura natural las hacen ideales para reinterpretar clásicos de temporada.
Algunos restaurantes las presentan en platos tan sugerentes como:
- Crema de castañas con trufa blanca y setas silvestres.
- Solomillo ibérico con puré de castañas y reducción de vino tinto.
- Helado de castañas con caramelo salado y crumble de avellanas.
Más allá del sabor: un símbolo de temporada
Las castañas son mucho más que un ingrediente: representan la transición del verano al invierno, el regreso a lo simple y la conexión con el territorio. Su presencia en los mercados y ferias rurales anuncia el cambio de estación y nos invita a disfrutar sin prisa.
En tiempos donde lo inmediato parece dominar, el ritual de pelar una castaña caliente o esperar junto al fuego para que se tuesten es una experiencia casi meditativa.
El otoño tiene muchos sabores, pero ninguno tan evocador como el de una castaña recién asada. En su sencillez reside su grandeza: calienta las manos, reconforta el alma y nos recuerda que la gastronomía, como la vida, también se disfruta a fuego lento.
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