Vino, sofá y jamón: así se cuida la salud también

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Verónica de Santiago
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salud parar para reconectar con una copa de vino

Vivimos obsesionados con la productividad. Llenamos cada espacio libre con algo que hacer, algo que contar, algo que justificar. Pero en esa carrera sin fin, ¿cuándo nos permitimos simplemente parar? No para rendir más, ni para estar disponibles después, sino para cuidarnos ahora. Para sostenernos. Y para reconectar con nosotros mismos desde un lugar tan cotidiano como profundo: la gastronomía.

Porque sí: cocinar, comer, brindar, saborear, compartir… también es una forma de descanso. Y a veces, no hacer nada puede comenzar con algo tan simple como una copa de vino en casa, con algo de picoteo y una serie de fondo.

El descanso empieza por el paladar

“No hacer nada también es hacer algo: parar, descansar y cuidarse”, afirma Carlos Caudet, profesor de Psicología de la Universidad Europea. En un mundo donde el estrés crónico mina el sistema inmunológico, el descanso consciente —incluso a través del placer gastronómico— puede marcar la diferencia. Cuando el cuerpo se relaja, entra en juego el sistema nervioso parasimpático, que activa procesos como la neurogénesis, la reparación celular y la regeneración emocional.

Y si hay un lugar donde el ser humano ha practicado históricamente el arte de parar, ese es la mesa. La pausa compartida, la charla sin prisas, el vino que se oxigena, el pan que se corta, el queso que se funde. No es casual que las culturas más longevas del mundo sitúen la alimentación pausada en el centro de su estilo de vida.

Pequeños placeres que también son salud

El descanso no siempre requiere silencio absoluto o meditación. A veces, el alma se aquieta en una sobremesa sin reloj, en una cerveza con tapa mirando al mar, o en el ritual de preparar una cena sin más pretensión que disfrutarla.

  • Ver una serie con una tabla de embutidos y una copa de vino.
  • Pasear sin rumbo y acabar en ese bar donde sabes que ponen las mejores croquetas, sin reserva.
  • Cocinar una receta heredada solo por el gusto de repetirla.
  • Preparar un desayuno lento con fruta, huevos, café filtrado y tostadas con aceite de oliva...
  • Improvisar un picnic casero en el balcón con vino blanco frío, latas de conserva y pan tostado crujiente.

No se trata solo de comer: se trata de vivir la experiencia de comer como un acto de presencia y conexión.

El bar: templo de la pausa

En España lo entendemos casi por instinto. El bar no es solo un lugar de encuentro, es un refugio emocional y social. Tomarse un vermut al sol, pedir unas aceitunas, el sonido al abrir un tercio, leer el periódico con un café recién hecho, charlar con el camarero de siempre, es un modo muy nuestro de resetear la vida.

Y es que la gastronomía compartida tiene un poder terapéutico real. Estudios como el “Food and Mood” de la Mental Health Foundation han demostrado que la alimentación rica en nutrientes esenciales impacta directamente en el estado de ánimo. Pero más allá de la bioquímica, hay un intangible que cura: la mesa como lugar de afecto, identidad y sentido.

“No todo se trata de productividad: también se trata de sostenernos” – Carlos Caudet

Y pocas cosas sostienen tanto como el gesto de ofrecer una copa, cortar un queso, o abrir una lata de sardinas con el cuidado de quien sabe que el tiempo —como el aceite— mejora cuando se deja reposar.

Vacaciones mentales con sabor

No hacen falta billetes ni escapadas. Las vacaciones mentales empiezan en casa, y la gastronomía puede ser su mejor aliada. Cocinar sin prisa, montar una mesa bonita solo para ti, probar un maridaje nuevo o dedicarle media hora a esa receta pendiente son maneras de convertir lo cotidiano en extraordinario.

Un estudio de la Universidad de Otago reveló que las personas que cocinan por placer experimentan más emociones positivas, mayor autoestima y sensación de control sobre su día. Además, el acto de preparar comida nos conecta con la tierra, con nuestra historia y con nuestras emociones.

  • Cena temática: viaja a Japón con sushi casero o a Italia con esa receta de la "verdadera receta de carbonara" que guardaste en tiktok
  • Cata improvisada de chocolates o cervezas artesanas mientras lees un buen libro
  • Tarde de cocina de aprovechamiento: convierte las sobras en un festín. ¡Siempre hay algo en la nevera o despensa!
  • Brunch sin excusas: huevos benedictinos, mimosas y buena música.
  • Desconexión total: móvil en modo avión, mesa con vela, copa llena, tu plato favorito y cero culpas.

El descanso también tiene sabor. Y ese sabor puede ser tan tuyo como tú decidas.

Parar también es avanzar

Nos han hecho creer que parar es rendirse. Que quien descansa se retrasa. Pero, como bien apunta Caudet, descansar también es vivir. La pausa no es ausencia: es presencia. Y la gastronomía, en todas sus formas, puede ser ese ancla que nos devuelve al ahora.

La pausa no es ausencia: es presencia.

Así que sí, tomarte un vino con jamón (el que tengas a mano) mientras ves tu serie favorita no es pereza: es cuidado. Es entender que la vida no se mide en lo que haces, sino en cómo lo habitas. Y si lo habitas con una copa en la mano y pan recién cortado, mucho mejor.

Porque en un mundo que corre, saborear puede ser el acto más revolucionario. Y también el más humano.

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Verónica de Santiago