Las pupusas que unen a El Salvador y conquistan el mundo

Las pupusas que unen a El Salvador y conquistan el mundo
Las pupusas son un símbolo nacional; representan la memoria y el sabor de El Salvador, una tradición que une a familias dentro y fuera del país
pupusas tradiciones El Salvador
Pupusas de El Salvador
Redaccion Excelencias Gourmet
Martes, Noviembre 11, 2025 - 20:33

Antes de que existieran fronteras o mapas, ya había maíz. Y con él, las manos que lo moldeaban sobre piedras volcánicas. En esa historia milenaria nace la pupusa, una de las expresiones culinarias más antiguas de Mesoamérica y, sin duda, la más representativa de El Salvador.

Su nombre proviene del náhuat pupusawa, “tortilla rellena”. Documentos del siglo XVI ya describen preparaciones similares elaboradas por los pueblos pipiles. No eran solo un alimento: eran ofrenda y comunidad. Con el tiempo, aquellas tortillas rellenas se convirtieron en un emblema nacional: sencillo, cálido y honesto, como el propio pueblo salvadoreño.

Qué son las pupusas

A simple vista, una pupusa puede parecer solo una tortilla rellena. Pero quien ha visto cómo se palmea la masa sobre el comal sabe que ahí ocurre algo más: un pequeño acto de arte popular. La pupusa se hace con masa de maíz (o harina de arroz), agua y sal; se rellena, se moldea entre las manos y se cocina al fuego directo. El sonido del maíz al tostarse, el olor que se escapa del relleno y el humo del comal forman parte inseparable de su encanto.

Su textura es única: dorada por fuera, cremosa por dentro. Se sirve siempre con curtido —repollo y zanahoria fermentados en vinagre— y salsa de tomate casera, que aporta frescura y acidez. Más allá del sabor, la pupusa es identidad y memoria: se aprende mirando, oliendo y escuchando más que leyendo una receta.

Tipos y nombres más populares de pupusas (según relleno y tradición local):

  • Pupusa de queso: cremosa y elástica, con quesillo o queso fresco.
  • Pupusa de frijoles refritos: suave, con toque ahumado y textura aterciopelada.
  • Pupusa de chicharrón: carne y piel de cerdo molidas, ligeramente especiadas.
  • Pupusa revuelta: mezcla clásica de queso, frijoles y chicharrón.
  • Pupusa de loroco: flor aromática centroamericana, notas verdes y frescas.
  • Pupusa de ayote: vegetal ligera, dulzor sutil del calabacín local.
  • Pupusa de arroz: masa de harina de arroz, más fina y delicada (típica de Olocuilta).
  • Pupusa loca: creación urbana con varios ingredientes en un solo relleno.

Del comal a la nación: historia viva del maíz

Con la llegada de colonos, la receta incorporó cerdo y quesos, pero su esencia permaneció intacta. En el siglo XX, las pupusas pasaron de los hogares rurales a los mercados y a las avenidas de San Salvador. En 2005, fueron declaradas Plato Nacional de El Salvador, y cada segundo domingo de noviembre el país celebra el Día Nacional de la Pupusa: humo en el aire, filas de familias y una certeza compartida —comer pupusas es reconocerse en el otro.

En pueblos como Olocuilta (cuna de la pupusa de arroz), Los Planes de Renderos o Santa Tecla, las pupuserías familiares son instituciones vivas: las recetas se heredan y los secretos se guardan como un apellido. El furor es transversal: se comen en la calle, en mercados, en restaurantes contemporáneos y en reuniones familiares. Son, literalmente, la bandera comestible de El Salvador.

 

 

Identidad, fútbol y orgullo salvadoreño. Las pupusas son al paladar lo que Jorge “Mágico” González fue al fútbol: ingenio, talento y autenticidad que cruzan fronteras. El *Mágico* González llevó el nombre de El Salvador a los estadios; las pupusas lo hacen cada día desde el comal. Ambos, a su manera, representan lo mismo: talento, identidad y una alegría que se reconoce desde lejos.

En la diáspora —de Los Ángeles a Madrid—, las pupuserías actúan como embajadas emocionales. Cada pupusa servida fuera del país es un pedazo de hogar: olor a maíz tostado, calor de comal, conversación en la mesa. Y aunque hoy existan versiones gourmet o veganas (con flor de izote, hongos o quesos locales curados), todos coinciden en lo esencial: no hay innovación sin memoria. Porque cuando un salvadoreño dice “vamos por unas pupusas”, lo que realmente dice es: vamos a sentirnos en casa.