
Café con leche, café con ron… y también, café con sal. Aunque pueda sonar raro e incluso herético para los más puritanos, ponerle una pizca salada a la taza en vez de dulce no es tan extravagante, sino una combinación bastante compatible y beneficiosa. Para quienes lo amargo lo llevamos justo, la idea viene como anillo al dedo: matiza el sabor y dicen algunos que potencia su aroma y gusto más puros.
No es una cuestión subjetiva, sino científica. Varios estudios han demostrado que pequeñas cantidades de sodio inhiben la señal del amargor en las papilas gustativas. El resultado entonces es un efecto sensorial que suaviza la agresividad de un café demasiado intenso, y permite apreciar notas achocolatadas, frutales, tostadas o caramelizadas.
Hablemos de café con sal
La opción del café con sal no es tan nueva como parece. Simplemente ha estado mucho tiempo entre los secretos de los hosteleros. A menudo, se utiliza en la hostelería, sobre todo con los de tueste oscuro, robustas intensos o bebidas que han permanecido demasiado tiempo en máquinas industriales. Sin embargo, en cafés de especialidad o de origen único, con perfiles suaves y estudiados, la sal probablemente no aporte beneficios.
Por otro lado, a menudo se asocia también como remedio para el exceso de alcohol, mientras aparece documentado en prácticas sociales de distintas culturas. En Turquía, por ejemplo, formaba parte del ritual previo a la boda: si la novia aprobaba al futuro esposo, se le servía café con azúcar; si no, con sal. En cambio, Vietnam cuenta con una elaboración donde aparece como ingrediente clave: el Cà Phê Muối —una mezcla de café filtrado, leche condensada, crema batida, hielo y sal—.
¿Cuánta sal es la adecuada?
La recomendación es no añadir la sal directamente en la taza, sino crear una solución salina: 20% de sal y 80% de agua. Una vez preparada, la proporción es 0,3 gramos de esa solución (equivalente a 0,06 g de sal) para una taza de café pequeña.








