

El ketchup que hoy conocemos, inseparable de hamburguesas y patatas fritas, tiene un origen muy distinto al que podríamos imaginar. Su antecesor fue el ke-tsiap, una salsa fermentada de pescado creada en la antigua China hace varios siglos. Nada tenía que ver con el tomate: se trataba de un condimento salado y umami, usado tanto para dar sabor a los alimentos como para fines medicinales.
Fueron los marineros británicos quienes descubrieron esta receta en sus rutas comerciales y la llevaron a Europa. Allí se adaptó a los ingredientes locales, intentando recrear el sabor intenso de la salsa original.
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Del remedio medicinal al condimento popular
En el siglo XIX, el ketchup comenzó a ganar popularidad en Occidente, pero aún con un propósito distinto al actual. Se utilizaba como remedio casero para la indigestión y la diarrea, e incluso llegaron a comercializarse pastillas de ketchup. Fue entonces cuando el tomate entró definitivamente en la receta, destacando por sus propiedades y beneficios para la salud. Este fue el verdadero punto de partida del ketchup moderno.
Heinz y el nacimiento del ketchup contemporáneo
El salto definitivo lo dio Henry J. Heinz, quien en 1876 lanzó una versión innovadora de la salsa: un ketchup de tomate espeso, con una buena cantidad de azúcar y sin conservantes artificiales. Envasado en sus característicos frascos de vidrio, transmitía confianza, calidad e higiene, aspectos clave en una época en la que los consumidores desconfiaban de muchos productos envasados.
El éxito fue inmediato. La marca Heinz convirtió al ketchup en un condimento global, asociado especialmente a la gastronomía estadounidense. Desde entonces, se transformó en el acompañante perfecto para patatas fritas, hamburguesas y una larga lista de platos, consolidándose como la salsa más popular del mundo.