
No hubo un chef detrás, ni un laboratorio. El queso nació mucho antes de que la palabra “gastronomía” existiera. Según la leyenda, y la ciencia, su origen se remonta a miles de años atrás (hacia el 7.000 AC), cuando un viajero decidió transportar leche fresca dentro del estómago vacío de un animal (no había vidrio), usado como cantimplora natural.
El calor del desierto y las enzimas presentes en las paredes de ese recipiente improvisado hicieron el resto: al abrirlo, el viajero encontró que la leche se había separado en una parte sólida (cuajada) y otra líquida (suero). Sin saberlo, había descubierto uno de los procesos de transformación más fascinantes de la historia de la alimentación: la fermentación láctica.
De accidente a arte milenario
Aquel hallazgo fortuito se convirtió, con el tiempo, en una de las técnicas culinarias más refinadas del mundo. El ser humano aprendió a reproducir el proceso, primero de manera rudimentaria, luego con maestría. Cada región, cada clima y cada tipo de leche dio lugar a nuevas texturas, aromas y sabores.
Del desierto árabe a los valles alpinos, el queso se transformó en cultura. En Europa, los monjes medievales perfeccionaron las curaciones y crearon joyas como el parmesano o el roquefort. En América, los maestros queseros heredaron y reinterpretaron esas tradiciones con leche de cabra, oveja o vaca criadas en pastos locales.
En la Edad Media, los monasterios fueron claves para conservar y mejorar las recetas. Hoy existen más de 1.800 tipos de queso en el mundo.
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Una alquimia que sigue viva
Hoy, el queso es símbolo de identidad y de paciencia. En un mundo que premia la inmediatez, sigue siendo un producto que requiere tiempo, cuidado y respeto. Desde un brie cremoso hasta un curado manchego, cada pieza es el resultado de siglos de conocimiento y de una conexión íntima con la naturaleza.
Y pensar que todo comenzó con un simple error. Una leche que se cuajó sin permiso. Una casualidad que se convirtió en arte.
Un brindis por el accidente más delicioso
Así como el pan, el vino o el chocolate, el queso nos recuerda que la gastronomía también es una historia de accidentes afortunados. De intuición, curiosidad y de dejar que el tiempo haga su magia.
Quizá por eso, cuando cortamos una tabla de quesos, no solo saboreamos un producto: saboreamos la memoria de un descubrimiento que cambió para siempre la forma en que entendemos el placer de comer.








