
El cuerpo es un templo que se protege y se venera en una religión propia. La alimentación es la principal ofrenda y la salud el primer mandamiento del autocuidado. En el marco del Día Internacional sin Dietas, se promueve una verdad fundamental: los cuerpos vienen en muchas formas, todas válidas y en constante cambio. No existe un molde ideal, pero sí un objetivo común: la salud.
“Ni tanto, ni tan poco”, el 6 de mayo rompemos el espejo canónico y nos hacemos devotos del reflejo propio.
En el equilibrio está la salud
Las restricciones alimentarias no reivindican de forma alguna el cuerpo ideal, ya que este es el que funciona con salud. Esta es la razón por la que hoy se señala fervientemente que no existen las dietas mágicas y que los regímenes desequilibrados son peligrosos para el organismo y la mente y son capaces de causar enfermedades y trastornos que envuelven a la comida. El alimento es nuestro único combustible y debe ser tratado con conciencia, no con culpa.
En esta jornada se pone el foco en los hábitos saludables, en vez de en las privaciones. El bienestar se encuentra en una relación consciente con la comida.
Un consejo, cuando no pedido, ofensa
En torno a la alimentación se ha creado una suerte de espacio social lleno de juicios y supuestos expertos espontáneos. Cuando la alimentación sale en conversación, se da una especie de metamorfosis generalizada: de un momento a otro, todos en la mesa se convierten en nutricionistas, estomatólogos y endocrinos. Siempre parecen tener algo que decir, incluso sin saber nada del metabolismo, la historia o las emociones del otro.
Si como demasiado o demasiado poco; si pico entre horas o si rechazo el ofrecimiento de unas galletas; si me gusta tomar una cerveza al salir del trabajo o si el agua es lo que me sacia tras un día largo. La alimentación y la dieta tratan blancos y negros pero también grises, azules y rosas, toda la gama cromática se permite y negar que existen los colores es la lucha constante de la validez del cuerpo.
Por eso, es el momento perfecto para revalidar un consejo muy promovido en los últimos tiempos:
"Si algo puede cambiarse en un minuto, se puede decir. Si no, guarda silencio."
Pongamos un ejemplo:
“Tienes algo entre los dientes” – lo puedo quitar. Gracias.
- “Has engordado/adelgazado” – no puedo cambiarlo en un minuto. Mejor no lo digas.
De hecho, no solo no puedo cambiarlo, tal vez tampoco quiero. Es mucho más sencillo guardar ese silencio piadoso ya que opinar, a veces, no es una opción.