
Durante años, pensar en China era pensar en té. Verde, blanco, oolong, pu-erh… Las hojas infusionadas eran el corazón de su tradición milenaria, de sus rituales y de su identidad cultural. Pero algo ha cambiado. En los últimos años, una nueva bebida ha comenzado a hacer sombra al té, no desde la confrontación, sino desde el deseo de explorar nuevos aromas y estilos de vida: el café.
Y no cualquier café. El consumidor chino ha desarrollado un gusto particular, alejado de los patrones occidentales. Lejos de los cafés intensos, oscuros y amargos, en China triunfan los granos suaves, florales, con acidez brillante y perfiles sensoriales más parecidos a un vino blanco afrutado que a un espresso clásico. Este fenómeno no es solo una moda: es la expresión de una generación que redefine su relación con lo que bebe y cómo lo bebe.
La reciente segunda edición del concurso internacional “Taste of China” ha revelado datos muy reveladores. Las preferencias del público y del jurado local dejan claro que el café en China no es una réplica de lo que se consume en Europa o América, sino una evolución propia. Se trata de un nuevo mapa de sabor en el que confluyen tradición, sofisticación y curiosidad por lo sensorial. ¿Estamos asistiendo al nacimiento de una nueva potencia cafetera?
Del té al cold brew: el café como nuevo lenguaje generacional
El cambio no ha sido repentino, pero sí acelerado. En ciudades como Shanghái, Pekín, Chengdu o Shenzhen, el café se ha integrado en la vida cotidiana de una manera profunda. Las cifras lo demuestran: el consumo anual de café crece por encima del 15% desde hace cinco años, con una generación joven que lo ha adoptado como parte de su identidad urbana.
En plataformas sociales como Xiaohongshu o Douyin, se multiplican las fotos de cafés con espumas artísticas, métodos de extracción lenta y sabores que suenan a perfume: flor de osmanthus, melocotón blanco, jazmín, frambuesa. El café se ha convertido en un acto estético, en una experiencia para compartir y comentar. Beber café en China es un ritual moderno, no tanto por necesidad de cafeína, sino por el placer de saborear, fotografiar y pertenecer a una comunidad.
Las grandes cadenas lo saben. Starbucks ha tenido que adaptar su carta a estos nuevos gustos, y marcas locales como Luckin Coffee o Manner han crecido con propuestas que incluyen fermentaciones naturales, cafés filtrados y bebidas frías personalizadas. Lo más curioso es que muchos consumidores prefieren el café por su perfil sensorial antes que por su efecto estimulante. Lo eligen como eligen un vino o un perfume. No buscan intensidad, sino elegancia. El café más valorado no es el más fuerte, sino el más floral, el que deja un retrogusto limpio y una sonrisa en la boca.
A nivel comercial, China importa gran parte del café que consume, aunque cada vez produce más. Según datos del sector, los principales países de origen del café verde importado son Etiopía, Brasil, Colombia, Vietnam y Guatemala, aunque también están ganando protagonismo orígenes como El Salvador, Ecuador, Burundi y Tailandia, muy valorados por ofrecer perfiles aromáticos exóticos y complejos. Esta diversidad permite a los catadores chinos explorar sabores únicos y consolidar un paladar nacional cada vez más exigente.
China también cultiva café… y lo hace a su manera
Aunque mucha gente lo desconoce, China también produce café. Y no poco. La provincia de Yunnan, al suroeste del país, ha encontrado en sus altitudes, lluvias y temperaturas templadas un terroir ideal para el cultivo de arábica. En esta región emergente, cada vez más productores se suman a prácticas de fermentación controlada, variedades experimentales y procesos anaeróbicos para conseguir cafés que se ajusten a lo que el consumidor local prefiere.
Y lo están consiguiendo. Algunos cafés chinos no solo se consumen internamente, sino que ya compiten y ganan premios en certámenes internacionales. La propia organización del “Taste of China” ha revelado que muchos de los cafés mejor valorados por el jurado local —compuesto por baristas, formadores y responsables de cadenas como Cotti Coffee y Luckin— provenían de Yunnan o Hainan.
La tendencia es clara: el país no quiere depender solo de la importación. Quiere desarrollar una identidad cafetera completa, desde la producción hasta la taza. Y esa identidad se está escribiendo con acidez controlada, aromas delicados y un claro enfoque sensorial. China quiere cafés que huelan a flor, que sepan a fruta, que sean suaves pero memorables.