El buffet nos hizo creer que la gula era gratis (y no hay mentira más cara)

El buffet nos hizo creer que la gula era gratis (y no hay mentira más cara)
Reflexión sobre la falsa libertad de los buffets y el coste oculto del desperdicio alimentario. Comer sin conciencia no es un derecho: es el mayor pecado moderno de la gula.
Gula en los buffet libres de comida
Gula en los buffet de comida
Verónica de Santiago
Jueves, Noviembre 13, 2025 - 10:30

Hay algo en los buffets que siempre me provoca una mezcla de fascinación y rabia. Esa sensación de abundancia absoluta, de poder probarlo todo, de libertad sin medida. Pero también ese silencio incómodo que llega cuando ves los platos a medio comer, las bandejas que regresan medio llenas o los postres que solo se tocaron “para probar”. No puedo evitar pensarlo: nada es gratis.

El precio fijo no significa carta blanca para el despilfarro. No porque pagues una tarifa puedes jugar a ser dueño del desperdicio. Comer no es un acto cualquiera: es una cadena de esfuerzo y de respeto. Lo que hay en el plato no aparece por arte de magia; alguien lo cultivó, alguien lo cocinó, alguien pensó en que tú lo disfrutarías. Y aun así, cuántas veces vemos cómo se tira sin más.

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No lo digo desde un púlpito, lo digo desde la mesa en un buffet. Con la servilleta en la mano, viendo cómo la gente se sirve como si el mundo se fuera a acabar. Estoy viendo montañas de comida que dan hasta vergüenza ajena. Personas que llenan tres platos “por si acaso”, como si comer mucho justificara pagar menos. Y luego, claro, la mitad se queda ahí, fría, triste, sin sentido y abandonada esperando la recogida del camarero.

“Cobrar por lo que se deja en el plato no es castigo: es conciencia.”

Por eso, cuando oigo que un restaurante cobra por lo que dejas en el plato, pienso que ojalá lo hicieran todos. No para recaudar, sino para educar. A veces parece que solo valoramos las cosas cuando nos duelen en el bolsillo. Cobrar el desperdicio me parece una forma honesta de recordarnos que comer sin pensar también tiene un precio.

Y no, no es que me moleste que alguien repita. Al contrario: los buffets bien disfrutados son disfrute, una oportunidad para descubrir sabores, para gozar sin prisas. Pero comer sin conciencia es otra cosa. Es confundir el placer con la cantidad, el disfrute con la acumulación. Es la gula disfrazada de libertad.

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A veces pienso que si supiéramos lo que cuesta producir un kilo de arroz, criar un pollo o traer una piña desde el otro lado del mundo, nos serviríamos con más mesura y conciencia. Que si entendiéramos de verdad el valor de la comida, no la dejaríamos morir en el plato. Comer con respeto no es una moda sostenible, es educación, puro sentido común.

Nada es gratis, ni en la vida ni en la mesa. El exceso tiene un precio, aunque no se vea en la cuenta. Ojalá llegue el día en que los buffets no sean símbolo de gula, sino de gratitud. Donde cada uno se sirva lo que va a comer y lo disfrute de verdad, sin culpa ni derroche. Porque al final, el mejor sabor no está en lo que se prueba, sino en lo que se valora.