El que cocina no lava los platos

El que cocina no lava los platos
En la gastronomía actual, la eficiencia ha separado los oficios. Este texto reivindica el valor de ensuciarse las manos y de entender todo lo que sostiene un plato (o un restaurante)
Dos manos colaborando en una cocina profesional, símbolo del trabajo en equipo y del valor del oficio gastronómico
Cocina en equipo
Verónica de Santiago
Viernes, Octubre 31, 2025 - 12:50

Vivimos tiempos en los que todo está perfectamente ordenado. Cada quien tiene su función, su descripción de puesto, su manual. Y, en apariencia, eso es eficiencia. Pero a veces, detrás de esa estructura impecable, se esconde algo más peligroso: la falta de curiosidad, la pérdida de oficio, el desinterés por lo que no figura en nuestra lista de tareas. El que cocina ya no lava los platos. Y quien lava, tampoco se atreve a cocinar.

En la gastronomía actual, como en muchos otros sectores del trabajo contemporáneo, estamos viviendo una especie de divorcio entre las manos y la mirada. Antes, quien entraba en una cocina aprendía de todo: barría, cortaba, servía, observaba, fallaba y volvía a intentar. Hoy, con la obsesión por la especialización laboral, cada uno ocupa su pequeña parcela. El cocinero cocina, el camarero sirve, el gestor gestiona, el comunicador comunica. Todo encaja… hasta que deja de hacerlo, porque falta algo esencial: la conexión. Esa red invisible que hacía que cada parte entendiera su papel dentro de un todo.

“Esta tendencia no ocurre solo en la cocina, sino en muchos sectores del trabajo contemporáneo.”

Saber un poco de todo no es dispersarse, es entender

Y no, no se trata de nostalgia. Se trata de sentido común. Porque cuando quien friega los platos sabe cómo se quemó una salsa, comprende su importancia. Porque cuando el chef baja un momento a la sala y ve cómo se atiende una mesa, recuerda que la cocina no termina en el plato. Porque cuando quien escribe sobre gastronomía ha vivido el cansancio de un servicio, puede contar con verdad lo que ocurre tras las cortinas de un restaurante.

Nos hemos acostumbrado a creer que lo importante es ser el mejor en algo, pero el mundo necesita menos expertos y más personas capaces de mirar alrededor. Saber hacer más cosas no es un lujo, es una forma de sobrevivir, de ser útil, de adaptarse. En la cocina profesional, como en la vida, cuanto más entiendes de lo que te rodea, mejor haces tu parte.

El “esto no me toca” se ha vuelto un refugio cómodo. Pero cuando dejamos de tocar, dejamos también de aprender. Y quizá por eso el trabajo, en tantos sectores, se ha vuelto tan frío, tan mecánico. No es solo que falten recursos o talento; falta alma, curiosidad, humildad para reconocer que siempre hay algo que aprender del otro.

No es casualidad que los grandes cocineros del mundo hablen cada vez más de equipos y menos de egos. La cocina, con su crudeza y su belleza, enseña una lección sencilla: todo cuenta. El que pela una cebolla y el que decora un plato forman parte del mismo latido. Y cuando alguien se atreve a cruzar la línea de su rol, no invade terreno ajeno, enriquece el conjunto.

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Quizá el futuro no esté en definir con precisión lo que hacemos, sino en atrevernos a hacerlo todo un poco mejor. En volver a ser aprendices, a mirar con ojos nuevos, a recordar que lo que realmente sostiene un oficio no son los títulos ni las jerarquías, sino las ganas de seguir aprendiendo.

Porque al final, quien cocina y también lava los platos no lo hace por obligación, sino por amor. 

El trabajo, cuando se hace con conciencia, no se fragmenta: se comparte.