

¿Cuántas veces has visto en Instagram, TikTok o YouTube recetas con titulares imposibles como “lasaña saludable con tres ingredientes” o “pizza proteica sin harina, sin huevo, sin lácteos, sin aceite”? Parece que comer se ha convertido en un campo de pruebas de laboratorio donde todo lo que fue básico durante siglos ahora se demoniza.
Y lo curioso es que muchos de nosotros no somos intolerantes, no somos celíacos, no tenemos problemas con la lactosa ni con el huevo. Pero aun así nos dejamos llevar. Terminamos creyendo que es más sano cenar una pizza con base de brócoli triturado que disfrutar de una buena masa artesana, con harina de calidad, fermentación lenta y reposo en frío.
¿De verdad pensamos que eso es más saludable?
Permíteme ser directa: no, no lo es. ¿Quién de verdad cree que unos cereales mezclados con agua y convertidos en una especie de gelatina insípida pueden ser más completos que un plato de legumbres cocinado con aceite de oliva virgen extra? En algún punto perdimos el norte, dejamos de confiar en lo que siempre nos funcionó: la dieta mediterránea, declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad y considerada por expertos como una de las más saludables del mundo.
El engaño del “sin”
Los “sin” se han convertido en un reclamo publicitario: sin gluten, sin grasas, sin azúcares… Pero lo “sin” no es sinónimo de saludable. Está claro que hay personas que necesitan eliminar alimentos por alergias o intolerancias, pero la mayoría de nosotros no. Y aun así, hemos caído en la trampa de creer que todo lo que se quita nos hace bien.
La realidad es que muchas de esas recetas milagro son más pobres en nutrientes que los platos de toda la vida. Y lo peor: nos hacen sentir culpables por disfrutar de un pan artesanal, un guiso o un postre casero.
Lo saludable no es la receta, es la vida
Aquí está el quid: lo importante no es el ingrediente aislado, sino cómo comemos y cómo vivimos. Las cantidades, la frecuencia, el equilibrio. Una pizza con harina tradicional no es el problema si no la comes cada día. Una copa de vino no es veneno si va acompañada de una dieta variada y ejercicio regular.
Lo que de verdad mata es la inactividad, el sedentarismo, el exceso continuado y la falta de sentido común. Es más beneficioso disfrutar de un plato completo y después salir a caminar, que vivir de “recetas funcionales” sin sabor y sin alma.
Una cuestión de cultura y orgullo
Me duele que la dieta mediterránea, que nos ha dado salud, longevidad y placer durante generaciones, esté siendo relegada por modas de redes sociales. Esa cocina de guisos, panes, aceites, frutas y pescados ha demostrado su valor durante siglos. Y ahora parece que necesitamos que un gurú en TikTok nos diga que el secreto de la vida eterna está en un bizcocho sin harina ni huevo.
¿De verdad vamos a seguir comprando esa mentira?
Mi opinión personal
Como experta gastronómica, pero también como comensal, lo tengo claro: prefiero un buen pan de masa madre antes que una base de pizza de brócoli. Prefiero unas legumbres con aceite de oliva antes que una gelatina de cereales “milagrosa”. Y no, no me siento culpable por ello.
La verdadera salud está en el equilibrio mediterráneo: comer variado, de temporada, sin excesos, y mantener una vida activa. Todo lo demás son modas que pasarán.
Así que la próxima vez que veas en redes una “pizza sin nada” o una “lasaña de tres ingredientes”, recuerda: lo que nos ha hecho fuertes, longevos y felices no fueron esos inventos, sino el aceite, el pan, las verduras, los guisos y, sobre todo, el sentido común.
¿Y tú? ¿De qué lado estás?