
Energizantes, más sanas, rejuvenecedoras son algunos de los adjetivos que acompañan a las bebidas funcionales o también llamadas aguas funcionales. Algunos hasta se aventuran a bautizarlas como las bebidas del futuro. Pero si rascamos un poco bajo la superficie del envase minimalista, ¿qué encontramos realmente?
Hablemos del alimento funcional
El concepto de “alimento funcional” nació en Japón en los años 80 con una intención noble: integrar ingredientes en la dieta diaria que tuvieran beneficios a la salud, del tipo medicinal, más allá de lo nutritivo. Así se pensó en alimentos que ayudaran a reducir el riesgo de enfermedades o mejorar alguna función corporal. En Europa, la definición llegó en 1999, aunque sin base legislativa firme. Desde entonces, el término ha sido usado (y abusado) al punto de perder parte de su significado.
Entonces, ¿qué son las bebidas funcionales?
En esencia, se trata de bebidas sin alcohol a base de agua, no confundir con las infusionadas, a las que se han añadido componentes como vitaminas, minerales, extractos vegetales, colágeno, cafeína, aminoácidos o probióticos. El otro rasgo principal es la apuesta por sabores, que van desde frutas tropicales y cítricos hasta otros más exóticos como flor de azahar, zanahoria, uva tinta, alcachofa, pepino, etc.
A fin de cuentas, una versión “mejorada” del agua, con funciones específicas: hidratar y… algo más. Aunque ese “algo” depende muchas veces del mensaje de marketing.
Por ejemplo, es común que los ingredientes “estrella” estén en cantidades insignificantes. Basta revisar las etiquetas para comprobarlo: aloe vera al 2 %, zanahoria al 0,5 %… Asimismo, algunas incluyen aditivos, azúcares añadidos o edulcorantes, en aras de mejorar su apariencia, textura, o vida útil…Y es que, sin ánimos de ser absoluta, también existe la tendencia de convertirlas en una simple moda.
En esos casos pocas veces puedan verse resultados por esta composición. Aunque de manera general, para realmente notar mejoras es preciso complementarlos con una dieta equilibrada. Todo sin siquiera mencionar su coste, superior a veces hasta un 300% más que una bebida convencional.
Beneficios reales y los del "efecto placebo"
- Hidratación, como cualquier bebida con base acuosa.
- Reemplazo de electrolitos o vitaminas: Suele ser útil para reponerse tras actividad física intensa o carencias nutricionales diagnosticadas.
- No existe evidencia científica de que ayude a perder peso, a la regeneración celular, piel más joven o sistema inmune reforzado.
Así que la recomendación es saber elegir…y mirar etiquetas: la opción sin azúcar, con nutrientes claramente identificados y útil en tu contexto (por ejemplo, una bebida con magnesio tras hacer deporte). Pero, nunca esperar cambios drásticos o “mágicos”. Aun así, si simplemente quieres hidratarte, quedará siempre el agua del grifo, aunque no en exceso, ni sea tan bonito.