
Bien como signo de reticencia ante el boom de los ultraprocesados, o simplemente como estilo de vida, lo cierto es que la raw food está entre las tendencias actuales en alimentación. Se trata de alimentos crudos, sin pesticidas, sin cocción, tal cual los ofrece la naturaleza. Para muchos significa un "volver al origen", aunque no necesariamente una garantía de salud.
¿Qué es exactamente la Raw Food?
Esta corriente alimentaria defiende consumir los alimentos en su estado natural, sin haber sido cocinados a más de 40-48 ºC. Busca así la preservación de los nutrientes y enzimas intactas, evitando cualquier alteración por el calor. Aunque puede ser vegana, vegetariana u omnívora, la versión más popular es la cruda y vegana: frutas, verduras, germinados, semillas, algas, leches vegetales, fermentados.
Las promesas de la Raw Food
Entre los beneficios de la raw food se hallan mejoras a la digestión, gracias a la ligereza de los productos que se procesan más rápido y en consecuencia generan una mayor sensación de vitalidad. Asimismo, se le atribuyen efectos positivos al sistema inmunológico, puesto que mejora la microbiota intestinal y favorece una mejor respuesta inmunitaria, así como a la desintoxicación del organismo. Mientras, para quienes buscan perder peso, también reserva grandes promesas, por su naturaleza hipocalórica, sin grasas saturadas ni azúcares.
Por otro lado, algunos aseguran que ayuda a la apariencia de la piel, a mejorar la concentración y el estado de ánimo e incluso a combatir el envejecimiento celular, lo cual deriva en asociarlo como fuente infalible para la juventud eterna.
Desde el punto de vista medioambiental, también tiene virtudes. Por ejemplo, reduce el consumo energético (al no cocinar) y el uso de envases y procesados industriales,, al tiempo que promueve productos de proximidad.
Los mitos de la Raw Food
Aunque es cierto que el calor destruye las enzimas de los alimentos, lo que no se dice es que estas no son necesarias en nuestro organismo: el cuerpo humano fabrica sus propias enzimas digestivas, y las externas, al llegar al estómago, se descomponen igualmente por acción del ácido gástrico.
Otro mito alrededor de este estilo viene de la idea de que cocinar destruye todos los nutrientes. Pero, en realidad, hay poca verdad en ello. Cocinar puede reducir la cantidad de ciertas vitaminas (como la C), y a la vez mejorar la biodisponibilidad de muchos otros nutrientes como el licopeno del tomate o el betacaroteno de la zanahoria. Además, la cocción elimina antinutrientes —como oxalatos o fitatos— que dificultan la absorción de minerales esenciales.
El lado crudo de la alimentación viva
Ahora bien, del otro lado de la balanza, hay un conjunto de razones por las que quizás no sea tan buena. Como todos los excesos, su versión vegana estricta, es pobre en proteínas completas, hierro hemo, vitamina B12, zinc, calcio y omega-3 de cadena larga. De ahí que esta carencia derive en posibles desequilibrios metabólicos, anemia e incluso afectaciones al sistema nervioso e inmunológico.
En algunos casos también es motivo de pérdida de masa muscular, fatiga crónica o problemas neurológicos. Sin contar, el riesgo higiénico-sanitario que supone comer productos crudos.
¿Qué hacer entonces? En principio, si se quiere apostar por ella hacerlo de forma consciente y balanceada, no prescindir totalmente del calor, ni de grupos completos de alimentos sin supervisión médica.