

En las redes sociales no deja de circular un ritual sencillo pero inesperado, un helado de vainilla al que se le añaden unas gotas de aceite de oliva virgen extra y un pellizco de sal marina, una mezcla que parecía extravagante hasta que los vídeos de influencers como Roro comenzaron a acumular millones de visualizaciones y que se volvió imparable cuando Dua Lipa confesó que era uno de sus caprichos preferidos, de repente se convirtió en un símbolo de curiosidad gastronómica, en un gesto de sofisticación accesible que cualquiera puede replicar en casa.
La escena es casi cinematográfica, alguien abre un bote de helado, sirve una bola generosa en un cuenco, coge una botella de de AOVE y deja caer un hilo dorado que brilla sobre el cremoso, después unas escamas de sal que caen como copos, y lo que parecía un postre corriente se transforma en una experiencia que juega con la vista, el olfato y el paladar. Un juego entre entre lo dulce y lo salado, lo frío y lo graso, escondiendo gran parte de su magnetismo.
¿De dónde viene la tendencia de poner aceite de oliva al helado?
Aunque pueda parecer que nació en TikTok, esta costumbre tiene raíces mucho más antiguas, en Italia por ejemplo es relativamente común encontrar heladerías artesanales que sirven gelato con "olio e sale", un gesto que en el Mediterráneo siempre ha tenido sentido porque el aceite forma parte del ADN cultural y gastronómico, y porque la búsqueda del contraste entre lo dulce y lo salado ha estado presente en la cocina desde hace siglos, así que más que una excentricidad moderna estamos ante la relectura de un guiño tradicional que el público global ha redescubierto con entusiasmo.
En Nueva York, allá por la década de 2010, una heladería llamada Big Gay Ice Cream popularizó el topping de aceite de oliva con sal sobre helado de vainilla, y aunque en ese momento fue visto como algo de nicho, poco a poco empezó a ganar adeptos, pero no fue hasta la era de los virales cuando el fenómeno se disparó de manera global, y ahí es donde entra Dua Lipa, que en una entrevista con la BBC dijo que su postre favorito era simplemente helado de vainilla con aceite de oliva y sal marina, una frase breve que bastó para encender la mecha, porque sus fans lo replicaron, los creadores de contenido lo amplificaron y de pronto lo que era un secreto gourmet se convirtió en una moda pop compartida en cocinas, heladerías y restaurantes.
¿Qué aporta el aceite de oliva al sabor del helado?
El helado de vainilla funciona como un lienzo en blanco, dulce, suave y familiar, y sobre él el aceite de oliva virgen extra despliega toda una gama de matices que van desde lo afrutado y delicado de una arbequina hasta lo intenso y ligeramente picante de una picual, creando un contraste que sorprende al paladar porque rompe con lo esperado, y que además añade una textura sedosa que potencia la cremosidad del helado, haciendo que cada cucharada se sienta más rica y más profunda, más envolvente y con un final aromático que invita a repetir.
La sal, por su parte, cumple un papel imprescindible, porque no solo realza lo dulce sino que equilibra lo empalagoso, y cuando se utiliza en escamas añade un crujido sutil que despierta los sentidos, es el mismo principio que explica por qué el caramelo salado o el chocolate con flor de sal se han vuelto imprescindibles en el repertorio de postres modernos, y es también lo que convierte esta combinación en algo tan adictivo, tan fotogénico y tan fácil de compartir.
No se trata de echar cualquier aceite, conviene elegir un aceite de oliva virgen extra de calidad, fresco, con personalidad, y usarlo en pequeñas cantidades, apenas unas gotas que bastan para transformar por completo el postre, porque si se exagera puede resultar dominante y arruinar el equilibrio, pero si se usa con precisión el efecto es casi mágico, un juego de sensaciones en el que lo frío y lo cálido, lo dulce y lo salado, lo cremoso y lo crujiente se dan la mano, y que además permite variar a gusto probando arbequina para perfiles más suaves o hojiblanca y picual cuando se busca un contraste más marcado.
Lo que empezó como un comentario espontáneo de una estrella del pop ha terminado por consolidarse como una tendencia gastronómica viral, porque la mezcla es simple pero efectiva, económica pero sofisticada, accesible pero sorprendente, y porque tiene ese componente de reto que tanto gusta en redes sociales, probar algo que parece extraño, grabar la reacción, compartirla y ver cómo otros hacen lo mismo, y al final descubrir que lo insólito puede convertirse en placer, por eso cada vez más heladerías lo incorporan como opción estable y algunos restaurantes de alta cocina lo reinterpretan en menús degustación, de modo que lo que empezó en Italia, pasó por Nueva York y explotó gracias a Dua Lipa se está transformando en un nuevo clásico contemporáneo, un pequeño ritual con sabor mediterráneo que cabe en un cuenco de helado.