
En sus inicios comer era simplemente un gesto de supervivencia, pero los tiempos modernos han reinventado el significado no solo del acto sino también de los propios alimentos. Se trata de una transformación que no solo ha modificado la mesa, sino también las asociaciones culturales y gastronómicas de los alimentos que elegimos.
Todo empezó con bendecir el pan antes de partirlo o besarlo si caía al suelo, una tradición de los abuelos pero que viene de muchos antes, de la misma Biblia, cuando ya se le adjudicaba un fuerte valor simbólico casi místico. El pan es de los alimentos más antiguos de la humanidad y por tanto, de los primeros símbolos culinarios. El pan representaba esfuerzo, cosecha, lo sagrado.
De forma similar ocurría con el pollo asado, considerado un lujo reservado a fiestas y bodas y hoy es parte de la dieta habitual de la mayoría de las sociedades. Hemos convertido la excepción en norma, y con ello la mesa ha perdido parte de su magia.
Cuando los alimentos hablan de nosotros
Cada cultura vistió los mismos ingredientes con significados distintos. No obstante, aun en tiempos actuales, muchos alimentos son portadores de símbolos, bien heredados o reinventados por las distintas culturas. Por ejemplo, el arroz en Asia es sinónimo de abundancia, vínculo con lo divino, alimento sagrado.
Mientras, en Occidente adoptamos parte de ese simbolismo pero solo ante eventos culturales como las bodas, donde se les lanza arroz a los recién casados como augurio de prosperidad.
Aunque antes la miel para los griegos evocaba la sabiduría o en los hebreos la tierra prometida e incluso en la mitología vikinga signo de valentía, actualmente su asociación más universal es la de lo natural, lo saludable o lo “light”.
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El café es quizá el caso más fascinante. Nació como bebida energética, casi un aliado para la vigilia de monjes y pensadores, y ha terminado convirtiéndose en símbolo de pausa, de conversación, de inteligencia. Antes lo bebían los aristócratas, hoy resulta imprescindible de todos para empezar el día.
Algo parecido ha ocurrido con la pizza. En sus inicios fue un alimento humilde de los napolitanos, horneado con ingredientes sencillos, luego se hizo producto de lujo, entrando en palacios y extendiéndose por el mundo como emblema de lo italiano. Hasta hoy ser una comida para todas las capas, aunque conservando su sentido original.
La vida moderna cada vez lanza muestras de que la comida no es un simple acto fisiológico, entraña placer, estética, cultura, memoria. Nos recuerdan de dónde venimos. Es una forma de decir quiénes somos y cómo queremos vivir.