¿Adiós a las tiendas de alimentación? Se las están comiendo los supermercados

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Cristina Ybarra
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Tiendas de alimentación cierra por supermercado

La persiana de una tienda de ultramarinos baja para no volver a subir. El cartel de “Se alquila” ocupa el escaparate de lo que fue una frutería familiar durante tres generaciones. La tienda de alimentación de la esquina, donde te fiaban el pan y la leche, cierra tras décadas de servicio.

Mientras tanto, a unas pocas calles de distancia, abre un nuevo supermercado de cadena. Con horarios amplios, precios competitivos y promociones constantes.

La pregunta que flota en el aire es inevitable: ¿estamos asistiendo al adiós definitivo de las tiendas de alimentación tradicionales?

Supermercados: comodidad y precio como armas principales

Los supermercados han sabido adaptarse al ritmo del consumidor moderno: apertura en domingos, servicios online, productos de todo tipo bajo un mismo techo. A eso se suma la percepción de precio más bajo y la oferta de marcas blancas, que seducen en épocas de inflación.

Las grandes cadenas no solo crecen en tamaño, sino también en cercanía: los formatos “express” o “city” invaden los barrios, ocupando espacios que antes pertenecían al comercio local.

¿Qué pierden los barrios?

El cierre de las pequeñas tiendas no es solo un cambio económico, sino social y cultural. Con ellas se va una forma de comprar basada en la confianza, el conocimiento del producto y la relación personal con el tendero.

“Nos conocían por nuestro nombre. Sabían si queríamos los tomates más maduros o los yogures sin azúcar. Eso no te lo da un cajero automático”

Además, estas tiendas eran puntos de encuentro comunitarios, espacios de conversación y apoyo mutuo, especialmente para personas mayores o con movilidad reducida.

El desafío de la rentabilidad

En las tiendas de alimentación pequeñas, el margen de beneficio es muy ajustado. La subida de costes (alquiler, electricidad, carburantes), sumada a la dificultad para competir con los precios de los grandes, convierte su supervivencia en una carrera cuesta arriba.

Muchos tenderos envejecen sin relevo generacional: sus hijos optan por otros caminos profesionales ante la exigencia de horarios y la incertidumbre económica.

¿Hay alternativas?

A pesar del panorama, no todo está perdido. Algunas tiendas de alimentación resisten con propuestas innovadoras:

  • Especialización en productos gourmet, ecológicos o de kilómetro 0.

  • Alianzas con productores locales.

  • Servicios personalizados o venta online de cercanía.

  • Incorporación a plataformas colaborativas o apps de consumo responsable.

La clave está en diferenciarse y recuperar el valor añadido que las grandes cadenas no pueden ofrecer.

No es solo nostalgia, es patrimonio

Como consumidora habitual de productos de calidad, me preocupa que desaparezcan las tiendas donde se sabía de qué granja venía el queso, qué día llegaban los melocotones buenos o cómo conservar mejor los boquerones.

Recuerdo una tienda que vendía pan de masa madre, aceitunas y bacalao al corte. Hoy es una tienda de conveniencia con estanterías impersonales y música enlatada.

El comercio local no es un anacronismo. Es parte de nuestro patrimonio gastronómico y social. Y necesita apoyo, difusión y clientes que no solo piensen con la cartera, sino también con el corazón.

Como sociedad, tenemos una decisión que tomar: ¿queremos barrios vivos o calles uniformadas de franquicias? ¿Elegimos variedad o estandarización?

Las tiendas de alimentación resisten, pero necesitan consumidores conscientes que valoren el trato humano, la trazabilidad y la cercanía.

Más que nostalgia, una llamada a la acción

El cierre de las tiendas de alimentación no es solo una consecuencia del mercado. También es un síntoma de cómo consumimos, cómo vivimos y qué ciudad queremos habitar. Tal vez no podamos salvarlas todas, pero aún estamos a tiempo de evitar que desaparezcan por completo.

Apoya el comercio local. Compra con criterio. Y no olvides que, detrás de cada tienda que cierra, se apagan muchas más luces que las del escaparate.

 

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Cristina Ybarra