No, el protocolo no es cosa de ricos (ni de manuales)

No, el protocolo no es cosa de ricos (ni de manuales)
El protocolo no pertenece a los palacios. Es respeto, empatía y educación en la mesa, un lenguaje que se adapta a las personas y se practica en casa, no solo en las cenas de gala.
protocolo en mesa
el protocolo se adapta a las personas y se practica en casa
Verónica de Santiago
Martes, Octubre 7, 2025 - 16:16

El protocolo no pertenece a los palacios ni a las grandes mesas: vive en nuestras casas, en los gestos cotidianos que hablan de respeto, educación y cuidado por los demás. No es una armadura rígida; es un lenguaje que se adapta a las personas y a cada situación.

Un profesor me dijo una vez que el respeto se servía antes que el pan. Era una frase sencilla, pero contenía toda una lección de vida. En otra ocasión, recuerdo que en casa de una amiga, nadie tocaba el plato hasta que su abuela decía “buen provecho”. No era una norma escrita, pero todos la respetaban. No hacía falta hablar de protocolo: bastaba con educación y cariño... 

Me sorprende que en la actualidad el protocolo suene a élite, a recepciones oficiales y a vajillas de porcelana. Sin embargo, la buena educación no es un privilegio, es una responsabilidad compartida. Comer juntos siempre fue más que alimentarse: es mirarse, escuchar, pedir las cosas con un “por favor” y cerrar con un “gracias”. Ese hilo invisible sostiene la convivencia, también cuando el tiempo aprieta y la pantalla nos roba la conversación.

El protocolo en casa

La primera escuela de modales suele ser la mesa del hogar. Cada familia crea su propio “manual” con costumbres que, aunque distintas, comparten una intención: hacer sentir cómodo al otro. En unas casas se espera a que todos estén servidos; en otras se brinda antes del primer bocado; hay quien bendice, quien reparte el pan, quien enseña a los niños a servir agua a los mayores. Todas esas reglas domésticas —flexibles, afectivas, distintas— son protocolo vivo.

En la sociedad actual, acelerada y multitarea, se nos escapan hábitos sencillos: dejar el móvil lejos del plato, no interrumpir, modular la voz. No es una cuestión de etiqueta ostentosa, sino de empatía. El protocolo no excluye; incluye. No juzga; acompaña. No se impone; invita.

Normas que suman, no que imponen

El protocolo clásico sigue siendo útil cuando recuerda lo esencial. Algunos básicos —que valen lo mismo para una cena de gala que para un almuerzo familiar—:

  • La servilleta va sobre el regazo; se usa con discreción y se deja a la izquierda del plato al terminar.
  • Los cubiertos se usan de fuera hacia dentro; no gesticulan ni “pasean” por la mesa.
  • El pan se parte con las manos; no se muerde...
  • La conversación se comparte: se escucha, no se interrumpe y nunca se habla con la boca llena.
  • Las bebidas: se ofrece antes de servirse uno mismo.
  • El espacio común: no se invade el plato ajeno ni se cruza el brazo por delante; se pide y se ofrece con naturalidad.

Aplicadas con sentido común, estas pautas no son una prueba de clase social, sino señales de respeto. El verdadero protocolo no mide genealogías, mide consideración.

Quizá lo que más necesitamos hoy no es memorizar reglas, sino recuperar el propósito: cuidarnos cuando compartimos la mesa. En tiempos de prisa y ruido, ese cuidado es un acto casi revolucionario. Porque el protocolo no va de parecer perfectos, sino de estar presentes: mirar a quien sirve, agradecer a quien cocina, dar tiempo a quien habla.

Por tanto, podemos decir que el protocolo no es un museo de gestos antiguos. Es una herramienta viva para convivir mejor. Cambian las modas, cambian los horarios, cambia el mantel; lo que no debería cambiar es la intención: tratar con respeto a quien tenemos delante.

“Las normas pueden cambiar, pero el respeto nunca debería hacerlo.”