
Durante años la hemos acusado de todo: de engordar, de no tener valor nutritivo, de ser “el acompañamiento” y no el protagonista. Pero la ciencia y la cocina coinciden en algo que muchos aún no saben: la patata, bien cocinada, es uno de los alimentos más saludables, saciantes y versátiles del mundo.
Sí, esa patata humilde que siempre está en la despensa es una fuente natural de vitamina C, potasio, magnesio, fibra y antioxidantes. De hecho, 100 gramos de patata cocida aportan menos calorías que un bol de arroz y más saciedad que casi cualquier cereal. Y sin embargo, su reputación sigue siendo injusta: confundimos el valor del producto con el de sus formas más ultraprocesadas —fritas, rebozadas o congeladas—.
“El problema nunca fue la patata, sino lo que le hacemos después.”
La patata es una raíz con historia y con ciencia
Originaria de los Andes, la patata ha alimentado a generaciones y salvado hambrunas. Hoy sabemos que, además de energía en forma de hidratos complejos, contiene almidón resistente, una fibra que actúa como prebiótico y mejora la microbiota intestinal, especialmente cuando se deja enfriar después de cocerla. Una patata cocida y enfriada es aún más saludable que recién hecha.
La patata también es una fuente natural de potasio —más que el plátano— y ayuda a regular la presión arterial. Su vitamina C se conserva mejor si se cocina al vapor o al horno con piel. Y si la acompañas con un chorrito de aceite de oliva, se convierte en un plato mediterráneo completo.
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El secreto está en cómo la tratas:
- Cocida o al vapor: conserva vitaminas y textura saciante.
- Asada con piel: mantiene los minerales y aporta sabor rústico.
- En ensalada o tortilla fría: el almidón resistente aumenta y mejora la digestión.
Las patatas fritas siguen siendo un placer permitido, pero no la norma. Lo que convierte un alimento sano en algo perjudicial no es su origen, sino el exceso de grasa o el abuso de ultraprocesados.
La patata no necesita disfraz: solo tiempo, fuego y respeto.
Quizá el futuro de la alimentación saludable no esté en ingredientes exóticos, sino en mirar de nuevo lo que siempre tuvimos. La patata es el ejemplo perfecto de que la salud también puede ser sencilla, asequible y deliciosa. Redescubrirla no solo es un gesto culinario: es reconciliarse con la cocina real, la que alimenta sin etiquetas ni modas.








