

¿Sabías que el mismo vino puede parecer diferente según el momento y el contexto? La neuroenología nos enseña que el vino no se saborea solo con la boca, sino con el cerebro. Emociones, recuerdos y expectativas alteran cada experiencia sensorial, haciendo que una misma copa nunca sea igual.
El vino se bebe con el cerebro
No es lo mismo disfrutar una copa de vino bajo la luz de las velas que hacerlo en una reunión de trabajo o en una fiesta con amigos. Aunque el vino sea exactamente el mismo, el cerebro lo interpreta de manera diferente según el ambiente y el estado emocional.
La explicación científica de este fenómeno nace en 2015, cuando el neurocientífico Gordon Shepherd, de la Universidad de Yale, comenzó a estudiar la relación entre la enología y la neurociencia. De ahí surge el término neuroenología, que analiza cómo los estímulos sensoriales, aromas, sabores, texturas, se transforman en experiencia en el cerebro.
“El vino no se saborea en la boca, sino en el cerebro. La experiencia surge de la interacción entre los estímulos químicos y las redes neuronales que los interpretan”, explica Maite Geijo, enóloga y sumiller especializada en neuroenología y neurogastronomía aplicadas.
Esta ciencia estudia cómo la mente construye la experiencia de catar vino y cómo cada contexto emocional o ambiental cambia la percepción.
Cada momento crea un vino diferente
“El vino no es solo una suma de moléculas, sino una vivencia”, explica Geijo. En soledad puede parecer más austero; en una fiesta, más alegre y frutal; frente a un paisaje, más armónico. El cerebro reinterpreta los mismos estímulos según el entorno, la emoción o incluso la compañía.
Parte de esta percepción también depende de las expectativas: el precio, la marca o la bodega influyen en el placer. Estudios con resonancia magnética han demostrado que el mismo vino activa más las áreas del placer si se presenta como caro que si se dice que es barato, aunque sea idéntico. La expectativa actúa como un filtro que amplifica la percepción.
Las áreas del cerebro que “catan” el vino
Beber vino activa una red compleja de regiones cerebrales:
- Corteza olfativa y gustativa: procesan aromas y sabores.
- Corteza orbitofrontal: integra la información sensorial y la traduce en placer o desagrado.
- Sistema límbico (amígdala e hipocampo): vincula el vino con emociones y recuerdos.
- Corteza prefrontal: aporta juicio, comparación y expectativa.
Estas zonas trabajan juntas para crear lo que llamamos “la experiencia del vino”, una sinfonía neurosensorial que convierte cada copa en un universo distinto.
Catadores entrenados vs. aficionados
¿Por qué un sumiller detecta matices que otros no perciben? No porque tenga más receptores, sino porque su cerebro está entrenado.
“Es como aprender un idioma: los sonidos están ahí para todos, pero solo quien entrena puede reconocer matices y expresarlos con precisión”, asegura Geijo.
El entrenamiento desarrolla conexiones neuronales en áreas asociadas a la memoria olfativa y a la discriminación sensorial, permitiendo que un experto perciba más matices y obtenga mayor placer de cada vino.
El cerebro, una biblioteca de recuerdos aromáticos
Cada persona tiene su propio “archivo sensorial”. El cerebro asocia aromas a recuerdos previos, rosas, vainilla, pan tostado, no por detección directa, sino por evocación.
“Un vino puede resultarnos entrañable si nos recuerda a la cocina de la abuela o evocador si nos transporta a un viaje pasado”, explica Geijo. Esa memoria emocional es la que convierte cada cata en una experiencia íntima y única.
Vino, emociones y terapias
La neuroenología es un campo joven, pero con gran potencial terapéutico. Se estudia cómo los aromas del vino, usados con moderación, pueden estimular la memoria en pacientes con Alzheimer, reducir la ansiedad o favorecer la socialización.
Maite Geijo lidera el proyecto Vinológico, que une catas, ciencia y neuroenología para fomentar la atención plena y el coaching sensorial. “El vino se convierte en un vehículo para entrenar la mente, las emociones y los sentidos”, explica.
De este modo, la neuroenología no solo enseña cómo percibimos el vino, sino también cómo entrenar el cerebro para disfrutarlo de forma consciente, convirtiendo cada sorbo en una experiencia de autoconocimiento.
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