
En Pepa Muñoz no hay pose ni artificio, y de la misma manera que se expresa el ser humano lo hace su cocina. La chef detrás de El Qüenco de Pepa, símbolo de respeto a la tradición y el producto, tiene muchos méritos para ubicarla entre los grandes referentes de la gastronomía española moderna.
Además de su labor en el restaurante madrileño, supo durante más de siete años sostener sobre sus hombros la presidencia de la Federación de Cocineros y Reposteros de España (FACYRE), y hoy continúa apoyando a una nueva generación de cocineros como vicepresidenta,secundando a Nino Redruello.
Habla de ese relevo con serenidad y orgullo. “Las asociaciones necesitan renovarse. Hay que entender que los tiempos cambian y hay que dar paso a nuevas ideas”, comenta.
No en vano ha merecido el Premio de Cultura de la Comunidad de Madrid, Medalla de Honor de la ciudad y el Premio Cervantes Gastronómico 2025. Pero más allá de los reconocimientos, hay algo más importante que habla de su esencia: su compromiso solidario con proyectos como World Central Kitchen —la ONG fundada por José Andrés—, asumiendo su dirección en España.
Sobre esta labor admite: “A veces la antepongo a mi negocio, porque sé lo que se consigue, sé dónde llegamos”. De hecho, durante la DANA, que golpeó a Valencia, fue una de las responsables de coordinar el envío de miles de comidas a las zonas afectadas.
Hoy, justo a un año, dice:
“Seguimos en Valencia. Dejamos de dar comidas, pero hemos seguido allí abriendo negocios. Recuperamos la lonja de pescadores de Albufera, abrimos el mercado de Paiport, apoyamos colegios. Todavía queda mucho por hacer. Valencia es mi prioridad”.
Así es su manera de entender la cocina, como una forma de respeto al producto, al productor y al planeta.
“Mi cocina es una bandera de lo nuestro”, afirma. “De los ganaderos, de los pescadores, de la gente del campo y del mar. Si no los cuidamos, no hay cocina posible”. Y en esa frase cabe todo su ideario culinario: la defensa del origen, de la temporalidad, del producto como verdad.
La sostenibilidad, tan citada últimamente, para ella parte de lo cotidiano. “Empieza en casa —reflexiona—, separando residuos, aprovechando la comida, reutilizando la ropa. No es solo plantar árboles, aunque también, claro. Es una actitud, una manera de vivir”.
Sin ella no puede existir futuro en la alta cocina, como tampoco sin rentabilidad, una batalla diaria: “Los costes se disparan, y tendremos que subir precios. Queremos que todos vivan mejor, desde el agricultor hasta el camarero. Y eso tiene un valor”.
En ella la filosofía de “cocinar es cuidar” permea cada proyecto que lidera. Por eso su apuesta seguirá siendo defender la raíz como forma de verdad, con ese amor por lo sencillo que convierte cada plato en un acto de gratitud.








