
El café está más caro. Cada sorbo que antes dábamos sin pensarlo ahora viene acompañado de una mueca, una queja o una mirada rápida a la cuenta del supermercado. Sin embargo, rara vez nos detenemos a reflexionar qué hay detrás de ese encarecimiento: una cadena humana e invisible que empieza muy lejos de nuestra cocina.
“Sube el precio del café, pero no el valor que le damos al esfuerzo que lo hace posible.”
¿Cuánto cuesta el café? Del grano a la taza: una travesía injusta
El aumento en el precio internacional del café –que en los últimos meses ha alcanzado máximos no vistos en décadas– es solo la punta del iceberg. Lo que no vemos es que tras cada saco de café hay agricultores que dependen de lluvias cada vez más impredecibles, de mercados dominados por la especulación y de un sistema comercial que rara vez juega a su favor.
“Por cada euro que pagas por un café, el productor recibe apenas unos pocos céntimos.”
Brasil, Colombia, Etiopía, Cuba o Vietnam: nombres que asociamos al aroma del café pero que esconden historias de esfuerzo, precariedad y resistencia. El caficultor trabaja de sol a sol, cuidando el suelo, seleccionando granos uno a uno, enfrentando plagas, sequías y precios inestables. Y aún así, el margen de beneficio para ellos sigue siendo mínimo.
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La paradoja del lujo cotidiano
En las ciudades, el café es parte de la rutina: nos despierta, nos conecta, nos reconcilia con el día. Es símbolo de sofisticación, ritual y placer. Pero detrás del latte art y las cápsulas brillantes, se esconde una desigualdad estructural.
“Mientras el café gana valor como producto gourmet, los agricultores siguen luchando por sobrevivir.”
La inflación, la escasez de contenedores, el encarecimiento del transporte marítimo y los efectos del cambio climático han contribuido al alza de precios. Pero el sistema sigue sin corregir su mayor injusticia: quienes más trabajan para que el café exista, son quienes menos ganan con él.
Café: cultura, economía y resistencia
El café es también una expresión cultural. Cada país, cada región, lo prepara de una forma distinta. Hay quien lo toma solo, quien lo endulza con leche condensada, quien lo ritualiza con amigos y quien lo necesita como oxígeno para empezar el día.
“El café es tan humano como la conversación: sin él, muchas palabras no existirían.”
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Detrás de cada taza hay identidad, memoria, tradición… pero también decisiones económicas. Elegir un café de comercio justo, apoyar a tostadores que trabajan con cooperativas locales, preguntar de dónde viene nuestro café, son actos políticos. Porque el café no es solo una bebida: es el trabajo de millones de personas condensado en unos mililitros de placer.
Beber café con conciencia
En un mundo que se acelera, el café es una pausa. Pero esa pausa debería servir también para pensar en lo que cuesta realmente que podamos disfrutarla. Si el precio del café sube, que también suba nuestra conciencia como consumidores.
“Que nunca se nos haga tan cotidiano el café como para olvidar que es un lujo posible gracias al trabajo de otros.”