
Hace más de 4 siglos vio la luz la ópera y lo hizo con las melodías de Eurídice. Su día no podía celebrarse entonces con otro título y…con el añadido especial de adjudicarle sabor a las notas.
¿A qué podría saber La Traviata o Nessun Dorma?
Con el Café de la Ópera, entre el Teatro y el Palacio Real de Madrid, cada pieza encuentra su match ideal. Para esta ocasión levantó una partitura culinaria en cinco actos, un menú de gala a modo de homenaje al género.
La experiencia no es ni una sala de restaurante ni de teatro al uso, sino más bien una fusión de ambas. El escenario es el mismo salón, los artistas narran la obra a viva voz y los platos se sirven simultáneamente. El resultado: una pieza de arte valiosa por lo efímero, la sencillez y la prestancia.
Desde su fundación en 1997, El Café de la Ópera ha convertido la cena en espectáculo. Su célebre “Cena Cantada”, dirigida artísticamente por Manuel Ganchegui, reúne cada noche a voces líricas de prestigio y pianistas de primer nivel.
Cinco actos para una cena cantada con ópera
El prólogo llega en textura crujiente: una croqueta de centollo sobre mermelada de piquillos que, como una obertura, anuncia el juego entre tradición y refinamiento que marca el tono del maridaje. Le sigue una bisque de langostinos con caviar de wasabi despertando no solo nuevos acordes en el oído sino también en el paladar, con un matiz más intenso.
El tercer movimiento lo establece un taco de merluza al horno y verduritas baby salteadas al wok, una armonía entre lo clásico y lo contemporáneo, entre la pureza del mar y la ligereza del huerto que juega, a su vez, con la improvisación de tenores y sopranos. La premisa no es cantar, sino contar la lírica, de forma tan cercana (e incluso con toques de humor) que tanto el adepto más fiel como quien la descubre por primera vez la entienda, la disfrute y la armonice.
En esta atmósfera distendida aparece entonces el plato principal —un lingote de cordero confitado en reducción de Pedro Ximénez con puré de apio nabo—, que se erige como una gran aria: denso, elegante, a medio camino entre fuerza y dulzura. Antes de cerrar, el tributo a la cocina castiza: una tarta cremosa de queso gallego con teja de chocolate negro y helado de violeta que no podía tener otro acompamiento que una zarzuela. Aunque su verdadero fin lo pone el cava y “La traviata”, una invitación a brindar y a cantar que sella por completo el enlace entre ópera y gastronomía.
Veintiocho años después de la unión, siguen las voces líricas invitando a vivir la ópera con tenedor en mano, demostrando la sensibilidad artística de la cocina, cada vez más comprometida y fusionada con la música. A fin de cuentas una experiencia gastronómica redonda: cenar, escuchar, sentir.








