FOODMO: ¿Saborear o publicar?

Creado:
Autor:
Credito
Gabriela Sánchez
Categoría
FOODMO

El fenómeno de comer para la foto (y para las redes) es una realidad in crescendo. Posar con el matcha, postear un chocolate Dubai de postre o un café bien aesthetic se ha tornado una suerte de pasaporte cultural para entrar en la conversación colectiva. Lo que en 2023 se bautizó como FOODMO (Food Fear of Missing Out), resulta literalmente el temor a perderse la última tendencia gastronómica, ese plato viral que inunda redes y que se convierte en requisito casi obligatorio para quien quiera sentirse parte del presente.

Y es que la sociedad a la que hoy asistimos deviene un carrusel interminable de microtendencias: moda, gastronomía, viajes…Todo ello construye un estilo de vida para quienes diseñan el día a día en clave de hashtags y stories. El término pone nombre a la angustia de sufrir porque otros disfrutan de experiencias culinarias que uno mismo no ha probado y a la vez plantea un reto mayúsculo: ¿cómo mantener la identidad gastronómica en un mundo gobernado por algoritmos? 

FOODMO: De la tradición al algoritmo

Lo que antes era un acto íntimo —comer por placer, por costumbre, por cultura— se ha transformado en un ritual público, medido en likes y shares. Así, el valor de la experiencia ya no se centra únicamente en el sabor o la historia detrás de un plato, sino en la capacidad de proyectarlo hacia los demás. 

Aunque lo peor es que el FOODMO encuentra un caldo de cultivo en cientos de influencers e incluso en las redes de restaurantes, cafeterías o heladerías que invitan constantemente a su consumo, bien replicando fórmulas que genera una pérdida de autenticidad gastronómica tanto para sí mismos como para sus comensales. La consecuencia es una carta donde se impone la monotonía: la misma receta modificada, homogeneizando la cultura culinaria hasta convertirla en un espejo repetido del algoritmo.

Pero, la viralidad no es sinónimo de autenticidad, ni la rapidez debe imponerse a los procesos artesanales que dan sentido a la cocina.

La presión de la vitrina digital

La base del FOODMO es un fenómeno muy ligado a la ansiedad social, el FOMO, aquel miedo a perderse experiencias sociales que se empezó a estudiar en los 2000 con la expansión de internet y redes sociales. Si se traslada a la gastronomía se halla no solo el dilema de la afectación psicológica sino de la esencia misma del acto de comer.

La cocina cada vez se consolida más como un escaparate social, un signo de estatus que en casos como este lejos de provocar goce, desata la obsesión. 

El mejor ejemplo para demostrarlo son las veces en que ya no preguntamos si un plato es delicioso o si respeta la tradición culinaria; sino si es lo suficientemente fotogénico como para generar interacción en redes. Incluso, los más atrevidos son capaces de cruzar océanos para conseguir la foto del postre que se viralizó, en el destino exacto de su origen. 

El resultado es entonces viajar más para seguir tendencias que para conocer culturas, o preferir comidas “instagrameables” ante muchísimas experiencias gastronómicas locales, auténticas quizás apenas conocidas e igual o más valiosas en términos culinarios y culturales. En resumen un consumo irreflexivo.

No obstante, en algunos casos el FOODMO ha logrado visibilizar ingredientes locales, recetas olvidadas y tradiciones que difícilmente hubieran alcanzado tal repercusión sin las redes. Como ha ocurrido con el matcha, por ejemplo, el cual ha despertado a su vez el interés por la cultura japonesa y sus rituales.

Ahora bien, ciertamente el riesgo es que esa visibilidad sea efímera y mercantilizada, una demanda mayor a la producción que deriva en escasez de recursos, en la gastronomía estandarizada y en la pérdida de los significados tradicionales de las recetas. 

Para que comer siga preservando su esencia, porque ante todo es un acto personal, íntimo y profundamente humano, quizá sea mejor la alegría de quedarse fuera o JOMO (Joy of Missing Out). Al final del día, la verdadera riqueza gastronómica no reside en seguir cada moda, sino en cultivar una relación genuina con la comida.

Lee también:

Credito
Gabriela Sánchez