
Entre cuentos de meigas y leyendas que recorren los bosques oscuros de Galicia, da comienzo Samaín, la fiesta celta de los muertos. Aunque hoy muchos lo llaman Halloween, esta celebración tiene raíces mucho más antiguas que la versión americana, y su esencia sigue viva en los rincones del noroeste español.
Del fuego y la cocina gallega: una celebración de la vida que trasciende continentes y sabores
Las culturas de origen celta celebraban en esta fecha su conexión con la naturaleza y el inicio del invierno, la estación donde el frío y la niebla envuelven su identidad más profunda, también reflejada en su cocina. Samaín era un momento de transición entre la vida y la muerte, entre la luz y la oscuridad, una frontera simbólica que se cruzaba con respeto, música y comida compartida.
No es casual que las calabazas sean el emblema de la fiesta: se tallaban para ahuyentar a los malos espíritus y, una vez cumplida su función, se cocinaban en familia. Samaín se celebró durante más de 3.000 años antes de la llegada del cristianismo, y aunque su práctica fue transformándose con el tiempo, nunca desapareció del todo. En el siglo XX, el fenómeno de Halloween conquistó las pantallas —y poco a poco, los gustos—, pero Galicia ha sabido mantener su propia versión mágica y ancestral.
Castañas, calabazas y gaitas encienden la noche de Samaín
La noche de Samaín, del 31 de octubre al 1 de noviembre, se celebra tradicionalmente en Galicia, Asturias y León, como una forma de brindar por el cambio de ciclo, cuando los árboles se despojan de sus hojas y el año da paso a su mitad más oscura. Las gaitas resuenan, las familias comparten castañas y calabazas asadas, y la comunidad recuerda que vivos y muertos conviven simbólicamente en lo terrenal. Así, Samaín es una celebración más aprecida al Día de Muertos que a las tradiciones seriamente europeas.
Cada región celebra el Samaín a su manera: en Cedeira, los melones son parte de la tradición; en las Rías Baixas, se preparan calacús (recetas con calabaza), y en Lugo, las familias elaboran bonecas de remolacha, figuras simbólicas que recuerdan la conexión entre la tierra y los ancestros.
Samaín no solo marca el paso del tiempo: es un recordatorio de que, en Galicia, las tradiciones siguen latiendo entre el fuego, el vino nuevo y los ecos de las gaitas.
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