

Hubo un tiempo en que el sifón era tan imprescindible como el pan del día. En las casas, en los bares y en las sobremesas familiares, esas botellas de vidrio con válvula metálica eran símbolo de hospitalidad. Bastaba un chas para que las burbujas rompieran el silencio y empezaran las risas. El sifón era más que una bebida: era una costumbre, una pequeña ceremonia doméstica. Servía para rebajar el vermut, aligerar el vino o ayudar al estómago tras un cocido. Formaba parte del paisaje de las cocinas de los años cincuenta y sesenta, de esos bares con barra de zinc donde el vermut se servía con sifón y aceituna. Con el tiempo, la modernidad trajo refrescos industriales, latas de colores y modas que prometían más sabor, más azúcar y más publicidad, pero menos autenticidad. Y poco a poco, el sifón fue desapareciendo de los hogares, como tantas tradiciones que parecían condenadas al olvido. Hasta que Mercadona ha decidido darle una segunda vida.
El nuevo sifón de Mercadona: burbujas, bicarbonato y cero calorías
Mercadona ha lanzado una bebida que es, en realidad, un guiño a ese pasado: su agua de soda con sifón “La Casa”, elaborada con agua carbonatada, bicarbonato sódico y una pizca de sal. No tiene calorías, ni azúcares, ni edulcorantes, ni aromas añadidos. Solo burbujas puras y un toque mineral que recuerda a aquellas botellas gruesas de cristal azul. Es refrescante, ligera y, sobre todo, digestiva. El bicarbonato, de efecto alcalino, ayuda a neutralizar la acidez estomacal y alivia la sensación de pesadez después de una comida copiosa. En tiempos donde todo parece llevar etiquetas de “bio”, “zero” o “natural”, esta soda sencilla demuestra que no hace falta inventar tanto para ofrecer bienestar. En su sencillez está su encanto: una bebida de toda la vida que vuelve a tener sentido. No es un refresco más, sino una recuperación de lo esencial. Y eso, paradójicamente, la hace moderna.

La historia del sifón en España
El sifón nació en el siglo XIX gracias al ingenio de un químico francés que quiso conservar el agua con gas sin perder su efervescencia. A España llegó pronto y conquistó tanto las casas humildes como los cafés elegantes. En los años dorados del vermut, era un acompañante inseparable, un gesto casi ceremonial: abrir el sifón, escuchar el psshh y mezclar el vino o el anís con un toque de soda. En los años cincuenta y sesenta, las marcas españolas como La Casera, Sanmy o La Revoltosa llenaban las calles de sifones retornables. Los repartidores, con sus cajas de madera, cambiaban los vacíos por llenos en una especie de “suscripción vintage” que hoy suena romántica. Era un objeto cotidiano, pero con alma. Las películas de Berlanga, las sobremesas con mantel de cuadros, las tertulias de los domingos… todo tenía un sifón de por medio.
Hoy, más de medio siglo después, Mercadona lo rescata desde otra perspectiva. En vez de un envase pesado y recargable, ofrece una versión ligera y práctica, pero fiel a su esencia: agua, gas, bicarbonato y tradición. Una bebida que no necesita marketing porque apela directamente a la memoria. Quizás por eso su éxito está siendo tan rápido: porque las burbujas del sifón no solo ayudan a la digestión, sino también a la nostalgia.
Del FOMO al JOMO… de las burbujas
Curiosamente, mientras muchos buscan bebidas exóticas y suplementos imposibles, el retorno del sifón nos recuerda algo esencial: no hace falta complicarse para disfrutar. Quizás el nuevo sifón de Mercadona sea la metáfora perfecta de estos tiempos: un regreso a lo simple, a lo que nos hacía sentir bien. Y si además mejora la digestión, calma la acidez y no suma calorías, mejor aún.
En un mundo donde lo artificial abunda, este regreso a lo simple tiene sabor a hogar. Puede que no volvamos a ver al repartidor tocando el timbre con su caja de botellas, pero cada vez que abrimos una de estas sodas, recuperamos un pequeño placer que nunca debimos perder: el de disfrutar de las cosas que siempre nos sentaron bien. Porque la felicidad, como las burbujas, se disfruta mejor despacio.