
El sector agroalimentario lleva meses (o años) operando en modo resistencia. El contexto no da tregua: los costes energéticos se disparan, las materias primas oscilan sin previsión, los consumidores son más exigentes y las normativas, especialmente en materia ambiental, se endurecen. Lo que antes eran factores coyunturales, hoy se han convertido en la nueva normalidad. Las empresas ya no se preguntan si podrán crecer, sino si podrán seguir siendo rentables.
Costes crecientes, márgenes mínimos en sector agroalimentario
En medio de esta tormenta, desde los barcos de pesca hasta las panaderías de barrio, la preocupación crece. ¿Cómo seguir operando cuando los márgenes se evaporan? ¿Dónde está el equilibrio entre sostenibilidad y viabilidad económica? ¿Qué herramientas hay realmente al alcance de las pequeñas y medianas empresas para resistir sin sacrificar calidad ni identidad?
Tomemos como ejemplo la industria pesquera. A la volatilidad del combustible se suman indicadores como el control del “piojo del salmón” en Noruega, que exigen costosos sistemas de monitoreo y reducen la capacidad de producción. En paralelo, la presión para garantizar prácticas sostenibles ya no proviene solo de las autoridades: es también una exigencia de los consumidores, del mercado y de la reputación. El resultado: empresas obligadas a operar con márgenes mínimos mientras cumplen con estándares cada vez más altos.
Una historia similar se vive en el sector de la panadería. Con insumos básicos como la harina, los huevos o el azúcar sujetos a constantes fluctuaciones, el precio del pan se convierte en una ecuación imposible. Pero el problema va más allá: la dispersión de pequeños gastos —desde los envases hasta los uniformes— impide tener una visión clara del coste real. Muchas panaderías sobreviven a base de intuición, sin herramientas ni datos para anticiparse o renegociar.
En el capítulo de los ingredientes, la incertidumbre también es la norma. Las condiciones meteorológicas extremas alteran cosechas, los aranceles cambian con cada acuerdo internacional, y la demanda por productos “de kilómetro cero” tensiona aún más una cadena de suministro que ya es frágil. ¿Cómo responder sin comprometer la calidad? La clave está en introducir inteligencia de mercado: seguimiento de índices de precios, flexibilidad en los contratos de compra y análisis continuado para priorizar los ingredientes críticos.
Repensar la eficiencia como estrategia de supervivencia
Incluso el packaging, ese elemento muchas veces subestimado, representa hoy un desafío estratégico. La sostenibilidad obliga a cambiar materiales, reducir residuos y cumplir nuevas normativas. Pero el envase también es identidad visual, herramienta de marketing y garantía de seguridad alimentaria. Muchas marcas arrastran portfolios de referencias que encarecen la gestión y no aportan valor. Aquí, rediseñar desde la eficiencia puede marcar la diferencia. Y los datos lo respaldan: con procesos de estandarización y licitación competitiva, algunas empresas han logrado reducir un 25 % sus variedades de envase y generar ahorros directos del 20 %.
“La presión ha llegado para quedarse”, advierte Fernando Vázquez, socio consultor de ERA Group España.
Su frase no suena a amenaza, sino a diagnóstico certero. No se trata de resistir por inercia, sino de encontrar caminos para transformar esa presión en ventaja competitiva. La eficiencia ya no es solo una buena práctica: es el único camino posible para garantizar la supervivencia.
En este contexto, la consultoría estratégica se convierte en un aliado necesario. Revisar procesos, medir en tiempo real, optimizar compras, consolidar proveedores, eliminar lo superfluo. Todo suma en la carrera contra una realidad que no espera. Y la pregunta clave no es qué tan grave es la situación. Es qué vamos a hacer, como industria, antes de que sea demasiado tarde.