

En el norte de México, entre desiertos ocres y montañas inmóviles, hay un lugar donde los dinosaurios no solo habitan los museos: también llegan al plato. En Coahuila, cuna de algunos de los hallazgos paleontológicos más importantes del continente, la historia se transforma en comida bajo la forma de unas curiosas Dinoquesadillas, un invento local que combina gastronomía, identidad y una buena dosis de creatividad.
Lo que empezó como un guiño divertido se ha convertido en todo un fenómeno. Las tortillas con forma de dinosaurio —rellenas de queso y servidas con guacamole o salsas típicas— se han hecho virales en redes sociales y atraen cada día a visitantes que buscan probarlas y fotografiarlas. Detrás de esa apariencia simpática hay un relato más profundo: el de un estado que ha sabido convertir su herencia científica y cultural en un producto gastronómico con alma.
Coahuila, tierra de dinosaurios y tradiciones que se saborean
Coahuila es, desde hace décadas, uno de los territorios más ricos en fósiles de América Latina. En sus formaciones rocosas se han descubierto especies únicas como el Velafrons coahuilensis, el Coahuilasaurus lipani o el Labocania aguillonae, un tiranosaurio mexicano descrito recientemente. En municipios como General Cepeda o Rincón Colorado, los yacimientos abiertos al público narran una historia que comenzó hace más de 70 millones de años.
Esa conexión con el pasado se refleja también en su cultura culinaria, una de las más sólidas del norte del país. Coahuila es tierra de carnes asadas, de guisos de cabrito y de tortillas que se elaboran a mano desde tiempos inmemoriales. En ese contexto, las Dinoquesadillas son una evolución natural: toman un elemento cotidiano y lo convierten en símbolo de identidad y orgullo local.
El pequeño local de Saltillo donde nacieron se ha convertido en un espacio temático lleno de color y referencias prehistóricas. Niños, turistas y curiosos llegan atraídos por el concepto, pero se quedan por el sabor. Las figuras de masa se moldean una a una con moldes metálicos, y cada pieza, según explican sus creadores, es una forma de enseñar historia sin perder el encanto de la tradición.
Más allá de la anécdota viral, el fenómeno tiene una lectura interesante: la gastronomía como vehículo de memoria y de marketing inteligente. En un momento en que la originalidad se ha vuelto moneda difícil, Coahuila demuestra que la autenticidad puede ser el mejor reclamo. Al combinar patrimonio, humor y sabor, las Dinoquesadillas logran lo que pocos productos turísticos consiguen: conectar a las nuevas generaciones con su territorio a través de la emoción.
Porque aquí los dinosaurios no son un disfraz para atraer visitantes. Son parte del ADN del paisaje, testigos fósiles que hoy inspiran un relato culinario único. Las Dinoquesadillas son, en esencia, un recordatorio de que la historia también se puede saborear, y que un simple bocado puede contar millones de años.