
Cuando Otazu apareció en el mapa de Navarra, hacia el siglo XII, comenzó la poesía y la mística de la cuenca de Pamplona. Su propio nombre fue presagio del romance entre arte y terroir: la tierra de la “abundancia de flores”, la cual se abría paso entre las sierras del Perdón y Sarvil, con un señorío donde se cultivaban viñas para abastecer las misas del monasterio.
Hoy, 900 años después deviene un enclave único, por naturaleza y convicción que ha dado origen a una de las 26 denominaciones de origen protegida de pago de España, la categoría más exigente de la viticultura nacional.
En Otazu no solo las flores experimentaron la abundancia, sino también los paisajes y la vid. Berués, Chardonnay, Merlot, Cabernet Sauvignon, Tempranillo, Cabernet Franc, Pinot Franc, Pinot Noir y Garnacha crecen de sus suelos, atípicos de la geografía española por su clima atlántico. Es así que desde entonces ese pedazo navarro empezó a escribir su nombre entre los vinos más valiosos del país.
Aunque, la verdadera magia llegó hace apenas 36 años, tras la pausa del cultivo de la vid que impuso la filoxera durante casi un siglo en la región. Es la reinvención de Otazu, un capítulo en construcción que dialoga entre viñedos jóvenes, un relato de retornos, raíces y la obstinación romántica por convertir el vino en obra de arte.

Otazu: la tierra de flores donde se canta a los vinos
La historia reciente de Otazu la debe a la familia Penso, que tras varios años fuera de su terruño natal, decidió regresar “del otro lado del Atlántico” para recuperar la tradición vinícola de este rincón navarro.
“Históricamente esta tierra siempre ha estado entre dos mundos: el reino francés y el español”, explica Lise Boursier, responsable de Marketing & Ventas de Otazu. Esa condición fronteriza también es un símbolo de la propia arquitectura de la bodega, construida tras la reanimación de la zona. Su diseño es un guiño al estilo de los châteaux de Burdeos, pero con una peculiaridad: aquí el edificio se eleva en dos plantas, porque además de vino, antaño se almacenaba cereal.
“Podríamos haber derribado todo y construido una estructura moderna, eficiente y reluciente. Pero elegimos recuperar cada piedra, cada arco, porque lo importante era respetar la memoria del lugar”, declara.
Ese respeto también se traduce en la manera de cultivar. El clima atlántico, con mañanas frescas de 10 grados celsius que ascienden hasta los 25 al atardecer, alarga la maduración de la uva. Se trata de una vendimia sui géneris para los vinos españoles, caracterizado por una lentitud que deviene elegancia, frescor y acidez.
Al respecto, Boursier señala:
“Usamos la barrica de roble francés como una herramienta, nunca como un disfraz. Queremos que lo primero que se exprese siempre sea la fruta, la tipicidad de este valle”.
Pero lo que encontraron fue algo más que tierra fértil. El reto mayor ha sido recuperar las variedades locales que la filoxera había borrado. Así, con el tiempo, han llegado no solo a tener tintos y blancos de excelencia con cepas modernas, sino también a reanimar castas antiguas como la Berués, autóctona de la cuenca, a partir de un estudio conjunto con la Universidad de Navarra, que hoy ya cuenta con su primera barrica en crianza.

A ellas se suman más de mil y unas 350.000 botellas al año fruto de las 93 hectáreas del señorío de Otazu. Pero sus credenciales técnicas son solo el principio: lo que distingue a Otazu es su convicción de que el vino y el arte son una misma cosa.
Bajo la marca Otazu se desarrollan las gamas Una historia (con garnacha o chardonnay) Pago de Otazu, la icónica de vino tinto (Merlot y Cabernet Sauvignon) y blanco (Chardonnay), Ozu de Otazu (Chardonnay), Altar (Cabernet Sauvignon), Vitral (Cabernet Sauvignon y Merlot), Artist Series (con Merlot y Cabernet Sauvignon) y Genios de Otazu. No obstante, si hubiese que definir la filosofía de la bodega, su director Jorge Cárdenas, lo hace con dos palabras: excelencia y generosidad.
“La excelencia la representa nuestro Pago Tinto: un vino accesible, pero de un nivel altísimo, fruto de la vendimia manual, la criomaceración y fermentación en pequeños tanques de hormigón, y,por supuesto, el mimo en su crianza. La generosidad la encarna nuestra Artist Series, la edición del mexicano Héctor Zamora, de 900 botellas, hecho con una selección especial de las mejores parcelas, que solemos descorchar con amigos, visitantes y artistas. Es la prueba de que en Otazu el vino no se guarda, se comparte”.
Una canción para el vino
Basta descender a su sala de barricas para comprobar que en Otazu la enología y el arte no son dos disciplinas, sino un mismo gesto. Más de 1200 barricas reposan durante 6 a 24 meses, según tipo de vino, al compás de cantos gregorianos sin cesar, mientras una instalación lumínica del artista venezolano Carlos Cruz-Diez la desdobla en la mayor sala de cromo-saturación del mundo.
“Es la única obra de arte que se puede beber”, resume la filosofía de la bodega.
Y no es una metáfora hueca: junto a las barricas también conviven una menina de Manolo Valdés, guardianes de hierro de Xavier Mascaró y piezas de una colección de más de 150 obras que se camuflan entre viñas y galerías.
De esas mismas alianzas y otras derivadas de eventos de arte propios, Otazu ha dado lugar a proyectos insólitos. El mismo Cruz-Diez, por ejemplo, puso su sello en la botella del Vitral de Otazu, cuyo triángulo serigrafiado cambia cada añada desde el 2000. Treinta cosechas conforman una serie única de etiquetas que, juntas, forman una obra de arte coleccionable.
Pero la apuesta va más allá. En Genios de Otazu, artistas como David Magán o Pablo Armesto no solo firman etiqueta, sino que además participan en la vendimia, el ensamblaje y la transformación de barricas usadas en esculturas. Mientras, en Artis Series, la etiqueta serigrafiada es fruto de la intervención personalizada cada año de un artista.
De todo ello ha surgido una línea enoturística muy fortalecida, que incluye desde visitas guiadas por la bodega moderna y antigua, convertida en museo y catas, hasta celebraciones de eventos corporativos, bodas, experiencias sonoras, concursos de cocina, rodajes, juegos donde se puede crear un vino propio, escape rooms personalizados, etc. El resultado es una vivencia tan artística como gastronómica, enológica, donde la cata y la contemplación se entrelazan… Cultural, a fin de cuentas.

Sostenibilidad creativa
Otazu también es sinónimo de innovación y no se puede entender sin sostenibilidad. Ejemplo de ello son acciones como el uso de lana de oveja para retener la humedad en los viñedos o la reutilización de aguas pluviales y residuos orgánicos para compost.
Tal compromiso le ha merecido certificaciones como Wineries for Climate Protection y Biosphere, aunque lo esencial es que muchas de esas prácticas estaban ya en la cultura de la finca antes de ser reconocidas. “Nos dimos cuenta de que éramos más sostenibles de lo que pensábamos”, reconoce Cárdenas.
Otazu significa entonces integración y compromiso, con la vida, el arte, la tierra, la historia y la sostenibilidad. Es la prueba viva de que el vino, cuando se hace con verdad, puede ser la obra más íntima que se puede beber.