
En las últimas décadas hemos visto cómo los patrones de consumo marcan diferencias sociales. Lo que en los años 80 y 90 fue la comida rápida, con su promesa de comodidad y bajo coste, acabó convertida en un símbolo de desigualdad: alimentos accesibles, pero poco saludables que, con el tiempo, las élites evitaron en favor de la alimentación orgánica, sostenible y gourmet.
Hoy, en plena era digital, la pregunta surge con fuerza: ¿será la inteligencia artificial (IA) el equivalente cultural y educativo de la comida basura?
El paralelismo entre comida rápida e inteligencia rápida
La comida rápida simplificó la experiencia de alimentarse: pocos ingredientes, preparaciones en masa y satisfacción inmediata. La IA ofrece algo similar: respuestas inmediatas, textos en segundos, imágenes creadas al instante. La inmediatez se convierte en virtud… pero también en trampa.
Los riesgos son evidentes: contenidos superficiales, pérdida de criterio crítico, dependencia tecnológica y un empobrecimiento de la creatividad si se consume de forma exclusiva. Al igual que ocurre con una dieta basada únicamente en ultraprocesados, la mente también puede “atrofiarse” con un exceso de productos digitales precocinados.
La brecha social del acceso consciente
En Estados Unidos y Europa ya hay voces que alertan: mientras las familias con menos recursos celebran la gratuidad y accesibilidad de la IA para tareas escolares o laborales, las élites están pagando colegios donde los niños siguen trabajando con lápiz, papel y creatividad guiada por maestros humanos. Una paradoja inquietante: cuanto más sofisticada es la tecnología, más se protege la élite de su abuso.
Lo mismo sucedió con la comida basura: primero se democratizó, luego se cuestionó, y finalmente quedó relegada a las clases populares mientras los privilegiados accedían a productos ecológicos, biodinámicos y de kilómetro cero.
¿IA gourmet o ultraprocesada?
No toda inteligencia artificial es “basura”. Igual que existen menús saludables en la restauración rápida, también hay proyectos de IA que pueden potenciar la educación, la ciencia y la creatividad de forma responsable. La clave está en la dosificación y en la calidad del uso.
- Una IA ultraprocesada es aquella que da respuestas rápidas, sin contexto, sin matices, pensada solo para “llenar el estómago digital”.
- Una IA gourmet, en cambio, es la que se utiliza como herramienta de apoyo, no como sustituto, que estimula la investigación, la comparación de fuentes y el pensamiento crítico.
El riesgo de delegar el pensamiento
Si las generaciones más jóvenes aprenden a resolver todo a través de un clic, perderán habilidades básicas: concentración, memoria, debate, escritura crítica. Igual que una dieta de refrescos y fritos produce obesidad y enfermedades, una dieta digital basada únicamente en IA puede producir una ciudadanía menos reflexiva y más vulnerable a la manipulación.
La metáfora gastronómica no es gratuita: la cultura, al igual que la comida, es identidad, salud y poder. Lo que decidamos consumir hoy marcará las capacidades de las generaciones futuras.
La pregunta es: ¿queremos una sociedad alimentada de fast food digital, o una sociedad que combine tecnología con pensamiento crítico, como un menú equilibrado?
Quizá la respuesta esté en la misma conclusión que nos dejaron los años de comida basura: el abuso tiene un precio. Y es probable que los ricos, como ya hicieron antes, no estén dispuestos a pagarlo con sus hijos.